jueves, 4 de agosto de 2011

EL CONFESONARIO DEL SANTO CURA DE ARS.


   “Puede decirse que se crucificó en el confesonario, libremente. Fue un “mártir de la confesión”, según frase de un testigo de su vida (el Rvdo. Raymond). Hubiera podido huir de los pecadores, retirarse al claustro o al desierto, pero por amor a las almas se quedó en su puesto. El que pasó la juventud en medio de los campos, respirando el puro aire de su tierra natal, permanecía clavado en aquél asiento, prisionero de los pecadores.


   Corazón delicado y sensible, amigo de las bellezas naturales, había recorrido en otros tiempos el risueño valle de Fontblin donde susurran los álamos; no le separaba de él sino las paredes de la iglesia y algunas casas de la aldea; sin embargo, durante treinta años, se privará voluntariamente del encanto, de la frescura y de la tranquilidad de aquellas alamedas.


   Sí, fue allí, entre aquellas tablas, en aquél ataúd anticipado, donde más tuvo que sufrir el Cura de Ars. Para atenuar un poco la dureza del asiento de su confesonario, intentaron algunas veces poner almohadillas llenas de paja; pero él las rechazó, como tampoco consintió en usar cerca del confesonario, estufa alguna durante los rudos inviernos. 


   Así, buscando las mortificaciones con el mismo afán que otros buscan los placeres, nunca estaba saciado de penitencia. Se imponía el sacrificio de no oler jamás una flor, de no comer fruta, de no beber una gota de agua en días de calor. Se había impuesto la ley de no manifestar disgusto por causa alguna, y de tener ocultas todas las repugnancias de la naturaleza. Dominaba la curiosidad de que pudiese sentir por las cosas más legítimas: ni siquiera manifestó deseos de ver el ferrocarril que pasaba a algunos kilómetros de Ars, y que cada día conducía para para él un gran número de forasteros.”

(Francis Trochu, “El Cura de Ars”, Editorial PALABRA. 16 Edición, Octubre 2009)

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