martes, 8 de mayo de 2012

SAN FRANCISCO Y LOS ÁNGELES


   Sucedió un día que, estando San Francisco orando en el bosque, llegó a la puerta del eremitorio un joven apuesto y hermoso con atuendo de viaje, que llamó con tanta prisa, tan fuerte y tan largo, que los hermanos se alarmaron ante tan extraño modo de llamar. Fue el hermano Maseo a abrir la puerta y dijo al joven:


-- ¿De dónde vienes, hijo, que llamas de esa forma? Parece que no has estado nunca aquí.


-- Pues ¿cómo hay que llamar? -respondió el mancebo.


-- Da tres golpes pausadamente, uno después de otro -le dijo el hermano Maseo-; después espera hasta que el hermano haya tenido tiempo para rezar el padrenuestro y llegue; si en este intervalo no viene, llama otra vez.


-- Es que tengo mucha prisa -repuso el mancebo-, y he llamado tan fuerte porque tengo que hacer un viaje largo. He venido aquí para hablar con el hermano Francisco, pero él está ahora en contemplación en el bosque y no quiero molestarle; pero anda haz venir al hermano Elías, que quiero hacerle una pregunta, pues he oído decir que es muy sabio.


   Fue el hermano Maseo y dijo al hermano Elías que aquel joven quería estar con él. Pero el hermano Elías se incomodó y no quiso ir. El hermano Maseo quedó sin saber qué hacer ni qué respuesta dar al joven: si decía que el hermano no podía ir, mentía; y si decía cómo se había incomodado y no quería ir, temía darle mal ejemplo. Viendo que el hermano Maseo tardaba en volver, el joven llamó otra vez lo mismo que antes. A poco llegó el hermano Maseo a la puerta y dijo al mancebo:


-- No has llamado como yo te enseñé.


-- El hermano Elías -replicó él- no quiere venir; vete, pues, y dile al hermano Francisco que yo he venido para hablar con él; pero, como no quiero interrumpir su oración, dile que me mande al hermano Elías.


   Entonces, el hermano Maseo fue a encontrar al hermano Francisco, que estaba orando en el bosque con el rostro elevado hacia el cielo, y le comunicó toda la embajada del joven y la respuesta del hermano Elías. Aquel mancebo era un ángel de Dios en forma humana. Entonces, San Francisco, sin cambiar de postura ni bajar la cabeza, dijo al hermano Maseo:


-- Anda y dile al hermano Elías que, por obediencia, vaya en seguida a ver a ese joven.


Al oír el hermano Elías el mandato de San Francisco, fue a la puerta muy molesto, la abrió estrepitosamente y dijo al joven:


-- ¿Qué es lo que quieres?


-- Apacíguate primero -le dijo el joven-, porque veo que estás alterado. La ira oscurece la mente y no le permite discernir la verdad.


-- ¡Dime de una vez lo que quieres! -insistió el hermano Elías.


-- Te pregunto -continuó el joven- si es lícito a los seguidores del santo Evangelio comer de lo que les ponen delante, como lo dijo Cristo a sus discípulos (Lc 10,7). Y te pregunto, además, si le está permitido a nadie disponer algo en contra de la libertad evangélica.


-- ¡Eso bien me lo sé yo! -respondió el hermano Elías altivamente-; pero no quiero responderte. Métete en tus cosas.


-- Yo sabría responder a esa pregunta mejor que tú -dijo el joven.


   A este punto, el hermano Elías, encolerizado, cerró la puerta con rabia y se fue.
Pero luego comenzó a pensar en la pregunta y dudaba dentro de sí, sin saber qué respuesta dar, ya que, siendo como era vicario de la Orden, había prescrito por medio de una constitución, en desacuerdo con el Evangelio y con la Regla de San Francisco, que ningún hermano de la Orden comiese carne.


   La cuestión que le había sido planteada iba, pues, expresamente contra él. No acertando a ver claro por sí mismo y reflexionando sobre la modestia del joven al decirle que él sabría responder a la cuestión mejor que él, volvió a la puerta y abrió para pedir al joven la respuesta a dicha pregunta; pero ya se había marchado. La soberbia había hecho al hermano Elías indigno de hablar con el ángel.


En esto volvió del bosque San Francisco, a quien todo esto había sido revelado por Dios, y reprendió fuertemente en alta voz al hermano Elías, diciéndole:


-- Haces mal, hermano Elías orgulloso, echando de nosotros a los santos ángeles que vienen a enseñarnos. A fe que temo mucho que esa soberbia te haga acabar fuera de esta Orden.


Y así sucedió, como San Francisco se lo había predicho, ya que murió fuera de la Orden.






2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Digno fue nuestro Seráfico Padre San Francisco de las muchas visiones que tuvo de los Santos Ángeles, mucho ejemplo nos da a través de este relato acerca de cómo debemos estar atentos a las intervenciones de estos mensajeros de Dios, que no quieren otra cosa más que enseñarnos a caminar por el camino de la perfección en Cristo.
    Gracias por recordarnos este maravilloso capítulo de Las Florecillas de San francisco de Asís +

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.