miércoles, 1 de agosto de 2012

MIRÉ LOS MUROS DE LA PATRIA MÍA





      No quiero en estas letras resultar pedante pero acudiré a unos versos de aquél poeta soberbio que no quiso callarse nunca y como dijera Unamuno “se curó de la afección de preocuparse por lo que digan los demás” y por ejemplo fue un enorme atrevido incluso acercándose a la Casa de Austria para llamar coja a su majestad. Una gallardía propia del hombre castellano que hoy parece haberse perdido mientras en él observamos a ese tercer sexo que Unamuno vislumbró y dejó como profeta en su tierra bien denominado. Es ese tercer sexo el que hoy vemos acongojado, dormido en el letargo y que no sabe ya como Quevedo despertar su ingenio para insultar, si es necesario, alguna vez y tener esa picardía que ha caracterizado en muchas ocasiones al hombre español. Como buen castizo que fue en aquella España donde nacían dioses en Extremadura dejó numerosos escritos a los que hoy podemos acercarnos y a veces con una sonrisa pícara contemplar o con una cierta “mala leche” pues no le faltó a este poeta para referirse a quienes hiciera falta en aquellos momentos.


      Hoy que en España se contempla un derrumbe completo tanto en lo espiritual, humano y cultural como en lo político y económico que al fin y a la postre no viene a ser más que consecuencia del anterior derrumbe hace falta ese tipo de poesía cuasi rebelde para despertar del letargo en el que a veces se encuentra durmiendo eso que han querido llamar “hombre moderno”. A ese hombre moderno le molestará contemplar la realidad y cómo los muros de su Patria se derrumban, por ello le vemos muchas veces entregado a esa idiotizadora invención que ya un conocido amigo denominó “escuela de putas, cabrones y maricones”.


      No seré soez en estas letras pero creo que como aquél gallardo Francisco de Quevedo debemos serlo con más frecuencia y por ello traeré ya aquellos versos suyos a los que líneas atrás hice alusión cuando dice:


Miré los muros de la Patria mía,
Si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
De la carrera de la edad cansados,
Por quien caduca ya su valentía.


      Creo, querido lector, que hoy ya contemplamos esos muros “ya desmoronados” a los que    Quevedo hacía alusión y vislumbraba. Las naciones y en nuestro caso España tiende a olvidar su historia cuando la ha contemplado con ese racionalismo que ya dijera García Morente y no ha sabido valorar la realidad de la historia de una Patria que debe ir unida a su espíritu, a su unidad espiritual y religiosa que es el catolicismo. En cuanto se ha contemplado la historia desde esa retina racional queriendo comprender tantos acontecimientos no solamente se han dejado de comprender sino que se han olvidado y marginado al separarlos de la unidad espiritual que deben formar dichos acontecimientos de nuestra historia para poder desembocar su providencial y mejor acontecer.


      Así hoy ya podemos ver que aquello que aquél alemán que fuera Kant dijo que “se habían alzado a constituirse en su unidad de libertad, igualdad y justicia” es completamente falsa esta “exégesis” de la historia pues esos principios de “libertad”, “igualdad” y “justicia” les han sido impuestos a un pueblo que se entregaba al espíritu y cultivaba su Patria desde una concepción natural de la sociedad. Un pueblo que no deseaba esa mal llamada “libertad” sino que deseaba el orden natural y un gobierno por el que, por ejemplo, luchó en las guerras carlistas del siglo XVIII y XIX hasta la última Cruzada del siglo XX deseando conquistar el terreno para ese verdadero Poder y ese orden natural que siempre se reconoció en la que Menéndez Pelayo llamase “espada de Roma”.

      Vuelvo a lo que ya comentaba con ese castizo que fuese Quevedo, a los muros caídos de la Patria. Muros caídos que muchos siglos ha llevado queriendo el monstruo napoleónico, el monstruo inglés y otros diferentes países que en España vieron un enemigo contra el que luchar para imponer ulteriormente una concepción inmanentita y protestante a la que siempre España se negó y rechazó con filo de espada. Pero dicen que “déjame entrar y yo me haré sitio”, así ha ocurrido en España cuando ya se deshizo la concepción católica de unidad que siempre se ha representado. Déjame entrar que yo me haré sitio podrían haber dicho también ciertos jerarcas eclesiásticos que contribuyeron a ese “cambio” y contaminación en la “luz de Trento” dejando que únicamente entrara un rayo minúsculo de esa luz que hoy se observa como algo pretérito.


      Pero como siempre se ha despertado de momentos infecundos, estériles y nefandos de la historia de España si somos astutos podremos ponernos en pie y desde los diferentes lugares que las familias, los hombres y todos los lugares de España contribuiremos a ese “rehacer España” y alzar de nuevo los muros desmoronados. Siempre ha habido un “desperta ferro!”, un “¡Santiago y cierra España!” que ha sabido movernos.

Jesús de Castro
Málaga, España

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