domingo, 29 de diciembre de 2013

CON DIOS A SOLAS ( XVIII ) por el Padre Valentín de San José, Carmelita Descalzo


          Me habéis llamado. Vivía allá fuera en el siglo, con ciertos deseos de amaros y agradaros cuando no olvidado del todo; pero mi vida era de pequeñez y languidez espiritual, de complacencias y amistades y distracciones humanas, no, por vuestra misericordia, de graves pecados, pero sí de superficialidades materiales llenas de imperfecciones y faltas; sentía ansias por una vida de ilusiones y comodidades terrenas y vanas.



          Un día me hablasteis amoroso al corazón, diciéndome: "No estás en la verdadera vida; quiero llevarte y trasplantarte a donde vivas mi misma vida y sientas inmensa ilusión de Mí." Y me sacasteis de aquella vida, que abundaba en sombras de muerte, y me trajisteis al convento para que viviera junto a Vos y en Vos; y en los deseos de comodidad e ilusiones terrenas se convirtieran en dichosas ansias de vivir entregado a Vos con la mayor fidelidad la vida de luz y santidad. Me pedisteis, y me pedís ahora, el ofrecimiento sencillo y total a Vos para que pudierais transformarme en vuestro mismo Amor y hacerme una cosa con Vos.

          Observo que cuando la llama prende, llega a convertir en ascua abrasadora y en viva llama hasta lo que era madero verde o carbón duro, frío y negro. Conozco que soy negrura y dureza y refractaria frialdad y me habéis llamado a ser religioso para, con vuestra gracia y vuestro amor, quemar todo eso malo mío y hacerme llama de Amor vuestro; queréis cambiar lo feo en hermoso y lo negro y frío en hermosísima luz.

          Este es el pensamiento básico que leo en la doctrina de mi Santo Padre Juan de la Cruz. Esta es la razón de sus hermosas y conocidas nadas. ¡Qué bellas nadas y resplandecientes noches, pues transforman al alma en luz del Cielo y en verdadera vida sin sombras de muerte! Todo aquí se convierte en alborear divino.



martes, 24 de diciembre de 2013

DISCURSO POR LA NATIVIDAD DE NUESTRO SEÑOR, POR EL SANTO PADRE PÍO XII.


          «El pueblo, que vivía en tinieblas, vio una gran luz.» Con esta viva imagen el espíritu profético de Isaías (Is 9, 1) anunció la venida a la tierra del Niño celestial, Padre del futuro siglo y Príncipe de la paz.

      Con la misma imagen, que en la plenitud de los tiempos se ha convertido en realidad confortante de las generaciones humanas que se suceden en este mundo lleno de tinieblas, Nos deseamos, amados hijos e hijas del orbe católico, comenzar Nuestro Mensaje navideño, y servirnos de ella para guiaros otra vez a la cuna del Salvador recién nacido, fulgurante manantial de luz.


         Luz que disipa y vence las tinieblas es, en verdad, el Nacimiento del Señor en su significado esencial, que el apóstol san Juan expuso y compendió en el sublime exordio de su Evangelio, en el cual resuena la solemnidad de la primera página del Génesis al aparecer la luz primera: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros: y nosotros fuimos testigos de su gloria, gloria propia del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14). Él, vida y luz en sí mismo, resplandece en las tinieblas y concede a todos los que le abren sus ojos y su corazón, a aquellos que le reciben y creen en Él, el poder de llegar a ser hijos de Dios (cf. Jn 1, 12).

         No obstante este copioso fulgor de la luz divina que irradia del humilde pesebre, posee el hombre la tremenda facultad de hundirse en las antiguas tinieblas, causadas por el primer pecado, en las que el espíritu se agota en obras de fango y de muerte. Para esos ciegos voluntarios, que lo son por haber perdido o debilitado la fe, la misma Navidad no tiene otros atractivos que los de una fiesta meramente humana, reducida a pobres sentimientos y a recuerdos puramente terrenales, mirada frecuentemente con dulzura, pero como envoltura sin contenido y cáscara vacía. Aun quedan pues, en torno a la refulgente cuna del Redentor zonas de tinieblas y la rodean hombres de ojos apagados a la luz celestial, mas no porque el Dios Encarnado no tenga, aun dentro del misterio, luz para iluminar a todo hombre que viene a este mundo, sino porque muchos, ofuscados por el efímero esplendor de ideales y obras humanas circunscriben su vista en los límites de lo creado, haciéndose incapaces de levantarla al Creador, principio armonía y fin de todo lo que existe.

       A estos hombres de las tinieblas deseamos señalar la gran luz que irradia del pesebre, invitándoles, ante todo, a reconocer la causa actual que les ciega y les hace insensibles a las cosas divinas. La causa es el excesivo y a veces exclusivo aprecio del llamado «progreso técnico». Este progreso, soñado al principio cual mito omnipotente y fuente de felicidad, promovido más tarde con gran ardor hasta las más audaces conquistas, se ha impuesto a la conciencia ordinaria como fin último del hombre y de la vida, en sustitución de todo otro ideal religioso y espiritual.

        Hoy vemos, con claridad cada vez mayor, que su inmerecida exaltación ha cegado los ojos del hombre moderno y ha endurecido sus oídos de tal modo, que se realice en ellos lo que el Libro de la Sabiduría flagelaba en los idolatras de su tiempo (Sab 13, 1); son incapaces de conocer por medio del mundo visible a Aquel que existe y de descubrir al Artífice por sus obras, y aun más hoy en día, para esos que caminan en tinieblas, el mundo sobrenatural y la obra de la Redención, que supera a toda la naturaleza y que fue realizada por Jesucristo, quedan envueltos en completa oscuridad.


        Hay, ante todo, un engaño fundamental en esta visión torcida del mundo, que el «espíritu técnico» ofrece. El panorama, a primera vista ilimitado, que la técnica despliega ante los ojos del hombre moderno, por muy extenso que sea, no es, con todo, más que una proyección parcial de la vida sobre la realidad, pues no expresa sino las relaciones de ésta con la materia. Por eso es un panorama que alucina y acaba por encerrar al hombre, demasiado crédulo, en la inmensidad y en la omnipotencia de la técnica, en una prisión, que es ciertamente vasta, pero circunscrita y, por tanto, a la larga, insoportable a su genuino espíritu. Su mirada, lejos de extenderse hacia la realidad infinita, que no es sólo materia, se sentirá coartada por las barreras que ésta necesariamente le opone. De donde nace la intima angustia del hombre contemporáneo, que se ha vuelto ciego, por haberse rodeado voluntariamente de tinieblas.

Papa Pío XII, Discurso de Navidad de 1953

domingo, 22 de diciembre de 2013

LAS FIGURAS DEL ADVIENTO





En los textos litúrgicos (en el Misal y en el Breviario de los sacerdotes).

1- El profeta Isaías
2- El Precursor: San Juan Bautista
3- La Santísima Virgen



1- El Profeta Isaías


Es el profeta que anuncia al Rey Acaz el nacimiento del Mesías de una Virgen. El profeta del Mesías, de la espera, de la invocación del Mesías. Es el profeta de la Oración. Suspira por el Redentor. La Iglesia en este tiempo de Adviento también pide la venida de Nuestro Señor. Utiliza las palabras del profeta en sus textos. Nos invita a experimentar los mismos sentimientos. Recemos nosotros con ella, suspirando, rogando al cielo que las “nubes lluevan al justo”. Suspiremos por Aquél que viene a redimirnos de nuestros pecados.


2- San Juan Bautista, el Precursor


El hombre de la austeridad, de la Penitencia. Nos lo muestra su modo de vestir y de vida. Es la “Vox clamantis in deserto” (voz del que clama en el desierto). San Juan prepara los caminos al Mesías. La Iglesia también nos inculca durante este tiempo el ejemplo de San Juan con sus mismas palabras; nos dice “Allanad los caminos”. Nos invita a prepararnos para la venida de Nuestro Señor, y como él, nos invita a la austeridad y a la penitencia.


3- La Santísima Virgen


Nos enseña; nos habla de la Gracia y de las virtudes. En la liturgia permanentemente durante este tiempo se nos habla de ella. Ella es la nube que debe llover al Justo. La aurora de la Redención. La Iglesia nos invita a imitar a la Virgen en su preparación para recibir a Jesús. La fiesta de la Inmaculada nos anuncia a Nuestro Señor, ya se acerca. Ella nos lleva a Él.

Conclusión: Por eso, como dice la Epístola del 1er Domingo de Adviento: “Hora este jam de somno surgere” (ya es hora de despertarnos del sueño). Despertarnos de nuestro letargo espiritual para preparar la venida de Nuestro Señor. Que este Adviento haya sido un Adviento verdadero. Adviento significa “Advenimiento”, que podamos terminar de preparar la venida de Nuestro Señor a nuestras almas y que le recibamos de corazón, con una sincera conversión, abandonando el pecado. Así, Nuestro Señor podrá nacer en nuestros corazones el día de Navidad y no será para nosotros una Navidad más.



Padre Héctor Lázaro Romero, Director de la revista "INTEGRISMO"

jueves, 19 de diciembre de 2013

MANUEL RIVERO, SACERDOTE ÍNTEGRO


      El pasado 25 de Noviembre, a las 8 de la mañana, nuestro querido Don Manuel Rivero empezaba a vivir para siempre en el Cielo. Tras 78 años de vida terrenal, dejaba una estela de 51 años de sacerdocio pleno.

      Nacido en Los Caideros de Gáldar, en una familia modesta pero muy cristiana, compuesta por los padres y doce hermanos, donde Don Manuel era el primogénito; desde muy niño conoció los rigores de la escasez económica y tuvo que trabajar, lo que le impidió acudir a la escuela. Según palabras del mismo Don Manuel, "eramos tan pobres que no teníamos ni un surco donde plantar una col".




      En la iglesia de su barrio, dedicada al Patriarca San José, había recibido los primeros sacramentos, pero fue allí también donde descubrió la vocación sacerdotal cuando, con apenas trece años escuchó a un familiar suyo, Nicasio -en aquél entonces seminarista- tocar el armonio mientras entonaba un canto a Nuestra Señora. Ella fue pues, de alguna manera, la que le llevó y sostuvo en el sacerdocio por más de cincuenta años y la que, atendiendo a las Promesas del Rosario, le consoló y ayudó en su últimos momentos, porque Don Manuel, no se separaba jamás del Rosario, que rezaba completo cada día, convencido que sin el auxilio de Nuestra Señora no podría haber perseverado.

      Fue ordenado sacerdote por Mons. Antonio Pildain el 22 de Septiembre de 1962, en la Capilla del Seminario Mayor de Canarias, ; aquél inolvidable día recibió el Orden Sacerdotal junto a su gran amigo Don Nicolás Godoy Herrera, con el que siempre, desde la época del Seminario y luego como sacerdotes, mantuvo un estrecho lazo de amistad y ayuda mutua sin reservas; Don Manuel siempre consideró a Don Nicolás "un regalo de Dios para mi vida".

      Nunca olvidaré aquellas visitas a la Casa Parroquial de Fontanales, donde me recibía sin su sempiterna sotana; vestido con pantalón negro y camisa blanca sin palas, lucía con orgullo encima de sus hombros el Escapulario del Carmen. Y es que Don Manuel era hombre recio, que no dudaba en subirse a un andamio para arreglar la vieja ermita de San Bartolomé, no ocultaba su piedad sencilla -infantil si se antoja- pero profunda y sincera. 

      En aquella casita, Don Manuel se afanaba por moler los granos de café en un viejo molinillo para luego, de mil amores, preparar la merienda y amenizar así la charla. Vivía en la perfecta austeridad y recogimiento, sin televisión ni ordenador, sólo estaba pendiente de las noticias más generales, si bien tenía una amplia visión de la situación mundial.

      Un retrato del Caudillo Franco, al que profesaba sincero afecto y gratitud, ocupaba lugar preferente en su salón; Don Manuel no ocultaba sus simpatías políticas, si bien nunca tuvo otra bandera más que la de la genuina Catolicidad. Por eso, no era de extrañar su admiración por el pensamiento contra-revolucionario del Prof. Plinio Correa de Oliveira, Fundador de TFP, organización católica de la que el buen sacerdote siempre fue colaborador y divulgador.




Don Manuel Rivero siempre tenía los últimos boletines de la TFP-Covadonga;
luego los compartía con fieles y amigos concienciados de la necesidad de la Contra-Revolución


      Devotísimo de Jesús Sacramentado, promovía de palabra y obra el culto y la dignidad para con el Santísimo Sacramento, en especial, a la hora de celebrar la Santa Misa, que rezaba como si fuera la primera y última. Cómo olvidar su eterno consejo: "Juanillo, querido, tú nunca dejes de amar mucho la Santa Misa..."

      Quizás, una de las notas que marcaron su existencia, fue la confianza ciega en la Providencia de Dios; confianza que rubricaba con el sello de la obediencia, aunque muchas de las cosas que le mandasen no fuesen de su agrado, como cuando con casi la edad de jubilación, fue removido de su amada Parroquia de San Bartolomé de Fontanales. Los motivos nunca quedaron claros, no pocos criticaron la actuación del obispo Cases y muchos entendieron que Don Manuel era removido injustamente. Él nunca protestó ni se quejó por semejante atropello, pero era evidente que no se tuvo en cuenta ni su edad, ni su delicada salud, ni el gran servicio que prestó a la Diócesis en el Tribunal Eclesiástico. Aquél capítulo causó una grave brecha en Don Manuel. A partir de ahí, su estado anímico y físico sólo empeorarían día a día. Curiosamente, el joven que le sustituyó al frente de la Parroquia, abandonó al poco tiempo el ministerio sacerdotal... Dios escribe derecho en renglones torcidos.



      Desde su cama, que fue el último Altar donde celebró su particular sacrificio, seguro tuvo lucidez para entonar con la voz del alma, aquél canto con el que tantas veces comenzara la Santa Misa:


"Vayamos jubilosos al Altar de Dios.

Al sagrado altar nos guíen su Verdad y su Justicia,
a ofrecer el Sacrificio que le da gloria infinita.

Al Dios Santo celebremos que nos llena de alegría,
y subamos hasta el Monte donde Dios se sacrifica.

Ofrezcamos todos juntos esta Víctima Divina,
que se inmola por nosotros para darnos luz y vida."


Descanse en paz, Don Manuel. Su amigo, su hijo, su "Juanito, querido", no lo olvidará. 
No deje de interceder por mí, se lo ruego. Hasta el Cielo, Don Manuel.


miércoles, 18 de diciembre de 2013

CON DIOS A SOLAS ( XVII ) por el Padre Valentín de San José, Carmelita Descalzo

   
          Jesucristo me ha llamado e invitado para amarle y me dice: "Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba". Como miró al joven que se le acercó y preguntó qué debía hacer, me mira y me dice a mí, animándome a entrar por su camino y poniéndome deseos de vivir vida de perfección y de amor divino: "Si quieres poseer y vivir la vida más perfecta, si deseas la hermosura del corazón en la floración del amor, si quieres encontrar en la tierra el lleno divino de tu alma y saciar la sed que tienes de amar sin límites lo noble y perfecto..." y me pone y me muestra esta vida santa de religioso.


          Para que me sea más fácil conseguir todo esto, me ha llamado al Carmelo, donde se vive la vida de amor, inspirada y enseñada por el mismo Dios. Esta vida de amor no es una ficción o ilusión, sino realidad hermosísima, que se refleja en las obras santas, como lo veo en los fervorosos religiosos que conviven conmigo.

          La vida de amor del Carmelo es la codiciada realidad de la vida sobrenatural; es la encantadora vida de gracia santificante, por la cual Dios vive amoroso dentro del alma.

          El Señor llama al religioso y me llama a mí para vivir junto a El, o mejor aún, en El mismo, en lo íntimo de Su Amor; quiere comunicarme su misma Vida y Amor; me llama a tan alta grandeza y me pide cooperación y fidelidad a sus llamadas e inspiraciones; me suplica le ame con todo mi corazón y no que lleve arrastrando y como a la fuerza vida de tanta confianza y tan excelsa, sino que me ofrezca abnegada y generosamente, porque en ella encontraré el supremo y no soñado gozo.

          Veis, Señor, mi pequeñez; ayudadme para que no me haga indigno de vuestra Misericordia ni menosprecie vuestros altísimos dones; ayudadme a disponer mi alma para que puedan iluminarme vuestra luz y vuestro Amor y me llenen el reflejo y transparencia de vuestra Vida Eterna.


lunes, 16 de diciembre de 2013

EL CUARTO DE HORA DE ORACIÓN, según Santa Teresa de Jesús ( I )



           A partir de hoy quisiéramos compartir con nuestros amigos y lectores algunos extractos del libro EL CUARTO DE HORA DE ORACIÓN, de la pluma del Padre Enrique de Ossó, Fundador de la Compañía de Santa Teresa, publicado por vez primera en 1874. Redactado según la doctrina de la Seráfica Doctora y Maestra Santa Teresa de Jesús, seguro que su lectura nos ayudará entender más y mejor la necesidad de la orar constantemente para asegurar nuestra santificación y la de aquéllos a los que estemos obligados a dar ejemplo.

Hoy se habla más, se escribe más y hasta se trabaja más, 
pero se reza menos, y sin la oración la palabra no da fruto,
 los escritos no mueven el corazón, 
el trabajo es menos agradable a Dios. 
¡Oh almas…! Orad, orad, orad:
 la oración todo lo puede.

Padre Enrique de Ossó

Instrucción que Santa Teresa de Jesús
 da a un alma acerca de la oración

DIÁLOGO ENTRE SANTA TERESA ( T ) Y UN ALMA ( A )

Santa Teresa: Oye, pues, con atención, y aprende con fidelidad mis enseñanzas, alma mía, que no son mías, sino del Cielo, como asegura la Iglesia. Será un tanto larga mi conversación, pues además del placer que siente mi alma en conversar con una alma querida de mi corazón, y ser la oración la cosa que yo más inculqué y mas aprecio en un alma, hay muchas cosas que decir para no errar en este camino. Y sábete que preferiría mil veces que no empezases este camino, a que lo empezaras mal, con falsos fundamentos. 

Alma:Por eso acudo a Vos para no errar, Madre mía. Decidme qué cosa es oración. 

T: Hay dos maneras de oración: mental y vocal. La oración mental no es otra cosa que una 
consideración con la cual el alma, puesta en la presencia de Dios, advierte con quién habla, lo que pide, y quién es quién pide y a quién pide. La vocal es la que se hace con la voz. Aquí tratamos de la oración mental tan sólo, por ser la esencial, porque aun la vocal incluye la mental. 

A: ¿Cómo es esto, Madre mía, si yo he oído decir todos los días que basta rezar vocalmente para salvarse, y que esto de oración mental es bueno tan sólo para los que viven fuera del bullicio del mundo? 

T: Te repito, hija, que como sea verdadera oración, ha de ser con consideración; porque si uno rezando no advierte con quién habla y lo que pide, poco tiene de oración aunque mucho menee los labios; porque aunque algunas veces sí será, aunque no lleve este cuidado, mas es habiéndole llevado otras; mas quien tuviese la costumbre de hablar con la majestad de Dios como hablaría con su esclavo, que no mira si dice mal, sino lo que se le viene a la boca, y tiene deprendido por hacerlo otras veces, no lo tengo por oración; ni plegue a Dios que ningún cristiano, y sobre todo ninguna de mis hijas, la tenga de esta suerte, porque sería caer en gran bestialidad. Todos, pues, alma mía, los que rezan vocalmente deben hacerlo mentalmente también. Ningún cristiano, por consiguiente, puede excusarse bajo ningún pretexto de tener oración mental. Todos deben procurarla aunque no tengan virtudes, porque es principio para alcanzar todas las virtudes, y cosa que os va la vida en comenzarla todos los cristianos, y ninguno, por perdido que sea, la ha de dejar. 

A: Pero quieren estorbarme este camino con decirme que hay peligros: que el uno se engañó; el otro, que rezaba mucho, cayó; al otro vinieron ilusiones. Temo, por esto, emprender oración, Madre mía. 

T: No debes hacer caso, hija mía, de estos miedos y peligros; y pues este camino es el real y seguro para ir al cielo, por el que fue nuestro Rey Jesús y los escogidos y Santos, y en él, dicen, hay tantos peligros y ponen tantos temores; los que pretenden ir al cielo sin este camino ¿qué son los peligros que llevarán? Son muchos más sin comparación, sino que no los entienden hasta dar de ojos en el verdadero peligro. Pues alma sin oración no necesita de demonios que la tienten para ir al infierno, que ella sola se meterá en él sin advertirlo. 

A: ¿Deberé, pues, despreciar estos temores vanos, y no dar oídos a los que me dicen que no 
tenga oración? 

T: Así es, hija mía. No te engañe nadie en mostrarte otro camino sino el de la oración. Este es el deber de todos los cristianos, y quien te dijere que éste es peligroso, tenle a él por el mismo peligro, y huye de él. Peligro sería no tener humildad y otras virtudes, mas camino de oración camino de peligro, nunca Dios tal quiera. El demonio ha inventado estos temores, porque sabe que alma que tenga con perseverancia oración la tiene perdida, por miles de pecados y caídas que tenga, en fin tengo por cierto que la saca el Señor a puerto de salvación.



Jesús     María     José

viernes, 13 de diciembre de 2013

CRUCIFICADOS SIN CRUZ: TERESA NEUMANN ( 3ª PARTE )



      Teresa Neumann ha visto muchas veces la luz maravillosa que la envuelve y cura de sus dolencias y de la que sale una voz que le habla en alto alemán y la llama Rels, como la conocían en casa. Esta luz y estos prodigios se presentan siempre coincidiendo con fechas señaladas en la vida de Santa Teresita del Niño Jesús, y según Rels, es la propia Santa la que habla y con la que dialoga.

      Es precisamente Santa Teresita la que le advierte, en cada visita, que cada vez tendrá que sufrir más, puesto que el Señor había aceptado su ofrecimiento como víctima por los pecadores. De alguna manera, Santa Teresita, su Santa Patrona, será su mejor amiga y su consuelo en los años que le iba a tocar ser una crucificada sin cruz.

      En 1926, durante la Misa del Primer Domingo de Cuaresma, se sintió indispuesta y tuvo que abandonar la iglesia para meterse en cama. En la Semana Santa los padecimientos se recrudecieron; de alguna manera, Nuestro Señor la estaba preparando para la gran gracia de compartir con ella Sus Sagrados Estigmas Leamos con atención el relato que la misma Teresa Neumann dejó como testimonio de su entrega victimal:

      "A mediados de la Cuaresma, la noche del jueves al viernes, me hallaba en la cama, sin pensar en nada en particular. De repente, veo delante de mi al Salvador. Estaba postrado de hinojos (de rodillas) en el Huerto de los Olivos. Esta vista era muy clara: árboles, verdor, rocas...

      Al contemplar a Cristo sentí un dolor tal en el costado izquierdo, que creí entrar en agonía. En el mismo instante algo caliente me inundó el pecho: era sangre. Este estado continuó así hasta el día siguiente, hacia el mediodía. Me sentía extremadamente débil, pero disfrutaba de una tranquilidad deliciosa.

      La noche siguiente vi al Señor flagelado, atado a un poste, y la sangre brotó de nuevo de mi costado. Transcurrió una semana...y vi entonces cómo al Señor le ponían la corona de espinas, reproduciéndose en mí la misma manifestación de la sangre. El viernes precedente al Domingo de Ramos, le subir al Calvario. De mi costado brotó sangre nuevamente..."



      Teresa intentó ocultar aquel misterio a sus padres, que sufrían ante las continuas manifestaciones de dolor de su hija, y se puso de acuerdo con su hermana Crescencia para lavar la sangre en ausencia del resto de la familia. También se puso un chal sobre los hombros, a fin de poder disimular las posibles manchas de la sangre que brotaban de vez en cuando en su pecho.

      La sencilla campesina, ignora cuándo le aparecieron los otros estigmas, los de las manos y los pies: "Solamente sé que las tenía el viernes por la tarde. Durante el éxtasis, yo no podía pensar en mí, pues no veía más que al Señor. Cuando recobré el conocimiento, sentí que la sangre corría de las manos, de los pies y de los ojos; estando éstos todos cubiertos de ella, yo no podía darme cuenta de lo que ocurría."

Continuará...

jueves, 12 de diciembre de 2013

VIRGEN SANTÍSIMA DE GUADALUPE, EMPERATRIZ DE LAS AMÉRICAS



BREVE RELATO DE LAS APARICIONES 
DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE

      En el Virreinato de Nueva España ( actual México ), vivía un indio de nombre Juan Diego, que abrazó la Fe Católica cuando se bautizó junto con su esposa María Lucía en 1525; al poco tiempo moriría la esposa sin dejar descendencia. Tras las apariciones de Nuestra Señora que ahora vamos a relatar, se retiró como ermitaño a una choza anexa al primer templo dedicado a la Virgen de Guadalupe, donde permaneció hasta su muerte en 1548.

      El 9 de Diciembre de 1531, Juan Diego se dirigía al Convento de Tlaltelolco para asistir a la Santa Misa. Al amanecer llegó al pie del cerro del Tepeyac. Sin esperarlo, comenzó a oir una música que más bien se parecía el gorjeo de miles de pájaros. Sin entender muy bien qué pasaba, alzó su vista a la cima del cerro y vio que estaba iluminado con una luz extraña. Cesó la música y en seguida oyó una dulce voz procedente de lo alto de la colina, llamándole: Juanito; querido Juan Dieguito

      Casi sin pensar, subió raudo el cerro y al llegar a la cumbre del mismo, se encontró con la hermosa imagen de Santísima Virgen María, ornada con resplandores propios del sol. Su hermosura y mirada bondadosa llenaron su alma de gozo infinito, como quien contempla el Cielo en la tierra.

      Nuestra Señora le habló en azteca: Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive: del Creador cabe quien está todo: Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre, a tí, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mi confíen; oír allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores.
Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del Obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que deseo, que aquí me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que te lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato hijo mío el mas pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo.

      Juan Diego,  inclinado profundamente ante Nuestra Señora, respondió: "Señora mía: ya voy a cumplir tu mandato; me despido de ti, yo, tu humilde siervo".

      Cuando el piadoso indio llegó a la casa del Obispo Zumárraga y fue llevado a su presencia, le dijo todo lo que la Madre de Dios le había dicho. Pero el Obispo parecía dudar de sus palabras, pidiéndole volver otro día para escucharle más despacio.


      Ese mismo día regresó a la cumbre de la colina y encontró a la Santísima Virgen que le estaba esperando. Con lágrimas de tristeza le contó cómo había fracasado su empresa. Ella le pidió volver a ver al Obispo al día siguiente. Juan Diego cumplió con el mandato de la Santísima Virgen. En esta ocasión, el Prelado lo recibió de mejor gana, quizás sospechando que aquél pobre indio no debía mentir; aún así, inseguro que un recién converso tuviese la gracia de ver y hablar con Nuestra Señor, exigió una señal que confirmase la veracidad del relato.

      Lleno de entusiasmo por las palabras del Obispo, Juan Diego regresó a la colina, dio el recado a María Santísima y ella prometió darle una señal al siguiente día en la mañana. Pero Juan Diego no podía cumplir este encargo porque un tío suyo, llamado Juan Bernardino había enfermado gravemente.

      Dos días más tarde, el día doce de diciembre, Juan Bernardino estaba ya moribundo y Juan Diego se apresuró a traerle un sacerdote de Tlaltelolco. Llegó a la ladera del cerro y optó ir por el lado oriente para evitar que Nuestra Señora le viera pasar y le demandara lo que le había pedido, pero el indio primero quería atender a su tío. Con grande sorpresa la vio bajar y salir a su encuentro. Juan Diego, algo avergonzado, le dio su disculpa por no haber venido el día anterior, suplicándole la salud de su tío, que era su única familia.

      Tras oír las palabras de Juan Diego, Nuestra Señora le respondió: Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón, no temas esa ni ninguna otra enfermedad o angustia. ¿Acaso no estoy aquí yo, que soy tu madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu salud? ¿Qué más te falta? No te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está seguro de que ya sanó.

      Cuando Juan Diego oyó estas palabras se sintió contento. Le rogó que le despachara a ver al Señor Obispo para llevarle alguna señal y prueba a fin de que le creyera. Entonces, la Virgen Purísima le ordenó:Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre donde me viste y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, recógelas y en seguida baja y tráelas a mi presencia.


      Al llegar a la cumbre, se asombró el pobre indio al ver tan hermosas flores, inusuales en esa época del año. En sus corolas fragantes, el rocío de la noche semejaba perlas preciosas. Presto empezó a córtalas, las echó en su regazo y las llevó ante la Virgen. Ella tomó las flores en sus manos, las arregló en la tilma y dijo: Hijo mío el más pequeño, aquí tienes la señal que debes llevar al Señor Obispo. Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu tilma y descubras lo que llevas.

      Nuevamente se vio el indio Juan Diego ante el Obispo Fray Juan de Zumárraga, y le contó los detalles de la cuarta aparición de la Santísima Virgen, al tiempo que desplegaba su tilma para mostrarle las flores, las cuales cayeron al suelo. En este instante, ante la inmensa sorpresa del Obispo y otras personas que acompañaban al Prelado, apareció la imagen de la Santísima Virgen María maravillosamente pintada con los más hermosos colores sobre la burda tela de la tilma de Juan Diego.

( Este relato ha sido extraído del original de Luis Lasso de la Vega, de 1649 )



domingo, 8 de diciembre de 2013

LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE NUESTRA SEÑORA, PATRONA DE ESPAÑA



      El singular privilegio que este Misterio para la Virgen Nuestra Señora al ser preservada de la mancha original, fue no solo posible debido a la Divina Omnipotencia, sino de sobra conveniente para que Aquélla que fue elegida para ser Madre de Nuestro Redentor, como de siempre fue creído en la Santa Iglesia y defendido especialmente por la Católica España, motivo por el cual, la Inmaculada Concepción, es su Patrona.


       En la Historia de la Iglesia, apenas se hallará una Orden religiosa que no pueda presentar nombres ilustres de grandes teólogos que favorecieron la prerrogativa de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora; la Compañía de Jesús puede presentar a Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Toledo, Suárez, San Pedro Canisio, San Roberto Belarmino y otros muchos más. La gloriosa Orden Dominicana, el celebérrimo Ambrosio Catarino, Tomás Campanella, Juan de Santo Tomás, San Vicente Ferrer, San Luis Beltrán y el Papa San Pío V. La Orden Carmelitana, ya en 1306, determinó celebrar la fiesta en el Capítulo General reunido en Francia, y los agustinos defendieron también la prerrogativa de la Virgen ya en 1350.




EL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN 
DE NUESTRA SEÑORA
VERDAD ETERNA E INMUTABLE DEFINIDA POR EL PAPA PÍO IX

   Esta doctrina había penetrado en las mentes y corazones de los antepasados de tal manera, que prevaleció entre ellos la singular y maravillosísima manera de hablar con la que frecuentísimamente se dirigieron a la Madre de Dios llamándola inmaculada, y bajo todos los conceptos inmaculada, inocente e inocentísima, sin mancha y bajo todos los aspectos, inmaculada, santa y muy ajena a toda mancha, toda pura, toda sin mancha, y como el ideal de pureza e inocencia, más hermosa que la hermosura, mas ataviada que el mismo ornato, mas santa que la santidad, y sola santa, y purísima en el alma y en el cuerpo, que superó toda integridad y virginidad, y sola convertida totalmente en domicilio de todas las gracias del Espíritu Santo, y que, la excepción de sólo Dios, resultó superior a todos, y por naturaleza más hermosa y vistosa y santa que los mismos querubines y serafines y que toda la muchedumbre de los ángeles, y cuya perfección no pueden, en modo alguno, glorificar dignamente ni las lenguas de los ángeles ni las de los hombres.

   Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene 
que la Beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha
 de la culpa original en el primer instante de su concepción 
por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, 
en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, 
está revelada por Dios y debe ser 
por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles.

   La Iglesia de Cristo, diligente custodia y defensora de los dogmas a ella confiados, jamás cambia en ellos nada, ni disminuye, ni añade, antes, tratando fiel y sabiamente con todos sus recursos las verdades que la antigüedad ha esbozado y la fe de los Padres ha sembrado, de tal manera trabaja por li­marlas y pulirlas, que los antiguos dogmas de la celestial doctrina reciban claridad, luz, precisión, sin que pierdan, sin embargo, su plenitud, su integridad, su índole propia, y se desarrollen tan sólo según su naturaleza; es decir el mismo dogma, en el mismo sentido y parecer.



Ineffabilis Deus
 Epístola apostólica de Pío IX
 Del 8 de diciembre de 1854

viernes, 6 de diciembre de 2013

CRUCIFICADOS SIN CRUZ: TERESA NEUMANN (2ª PARTE)


( La primera parte fue publicada el pasado 8 de Noviembre )

      Los padecimientos de estómago continuaban, el brazo izquierdo estaba paralizado, una de sus piernas maltrecha, por no hablar de las diferentes úlceras que se abrían por todo su cuerpo. Los médicos optaron por cortarle la pierna enferma ante el temor de la cangrena, pero Teresa Neumann, como en otras ocasione, dejó su curación confiada a la intercesión de Santa Teresita del Niño Jesús.



      Si de veras ansiaba ser sanada, no era por su propio interés, ya que era dichosa de poder ofrecer a Dios tantos dolores y enfermedades, pero el hecho de padecer tantas y tan complicadas dolencias, exigía de los cuidados de su familia. Por eso, Teresa toma unos pétalos de rosas provenientes de la tumba de Santa Teresita y los manda a poner sobre las úlceras de las pierna enferma; a los pocos momentos sintió un vivo picor y las llagas cesaron de supurarle. Cuando le retiraron las vendas con las que había colocado los pétalos de rosas, se pudo comprobar que las llagas estaban cerradas y la pierna completamente curada.

      No obstante, las demás enfermedades prosiguieron, y así Teresa pudo seguir ofreciéndose, como víctima expiatoria por la salvación de los pecadores. Así hasta el nuevo prodigio, que aconteció el 17 de Mayo de 1925, fecha también señalada en la historia de Santa Teresita del Niño Jesús, puesto que en ese mismo día, en la Basílica de San Pedro en Roma, tenía lugar la solemne Ceremonia de Canonización de la gran Santa carmelita.

      Todo ocurrió cuando Teresa Neumann rezaba el Rosario: al comenzar la segunda decena de los Misterios Gloriosos, percibió una luz cegadora por encima de su lecho. Con el bastón del que se ayudaba, golpeó para llamar a la familia, que llegó alarmada a la habitación de la pobre enferma. Teresa pregunta por el sacerdote y salen presurosos a buscarlo. Teresa está erguida en la cama, en una posición que no había tomado hasta entonces. 

      La ven mover los labios, como si hablara con alguien, pero sin que nadie llegase a percibir lo que decía; solamente se le oía decir "sí" o "no". Su cabeza y sus gestos se movían a tenor de lo que parecía una conversación con un ser angelical. Cuando hubo acabado de hablar con el invisible personaje, se limitó a decir: "Traedme el vestido. Estoy sana. Puedo levantarme".

      La familia de Teresa Neumann comprueba con estupor cómo se han cicatrizado las llagas y úlceras de la espalda, así como las del resto del cuerpo y que la pierna atrofiada por la convalecencia, está en una posición completamente normal...

Continuará...