lunes, 31 de marzo de 2014

ENVIDIA DE LOS JUDÍOS HACIA NUESTRO SEÑOR


          La Pasión y Muerte con que nuestro Rey y Salvador Jesucristo dio fin a su vida y predicación en el mundo es la cosa más alta y divina que ha sucedido jamás desde la creación. Vivió, padeció y murió para redimir a los hombres de sus pecados y darles la gracia y la salvación eterna. Por cualquier parte que se mire es así, por parte de la persona que padece o mirando la razón por la que sufre es tan grande el misterio que nada igual puede ya suceder hasta el fin del mundo.

          Para mayor claridad, me parece conveniente exponer antes de un modo breve el motivo por el que los pontífices y fariseos determinaron en consejo dar una muerte tan humillante a un Señor que, aunque no se quisiera ver lo demás, fue, innegablemente, un gran profeta y un gran bienhechor de su pueblo.





          Fue tan evidente y se divulgó de tal modo el milagro de la resurrección de Lázaro, fue tanta su luz, que aquellos judíos acabaron por volverse ciegos del todo. Aunque “muchos creyeron”, otros, movidos por la envidia, fueron a Jerusalén para contar y murmurar de lo que en Betania había sucedido. Por este motivo “se reunieron los pontífices y fariseos en consejo”, y decidieron poner fin a la actuación del Señor porque, de no hacerlo así, “todos creerían en Él” y los romanos podrían pensar que el pueblo se amotinaba y se rebelaba contra ellos y, en represalia, “destruirían el Templo y la ciudad”.

          Con este miedo, o quizá disimulando su envidia y su odio hacia Jesús con falsas razones de interés público, no encontraron otro camino para atajar aquellos milagros que acabar con Él y, así, decidieron dar muerte al Salvador. El Espíritu Santo movió a Caifás, por respeto a su oficio y dignidad de sumo sacerdote, quien promulgó la resolución a la que había llegado el Consejo: “Es conveniente que muera un hombre solo para que no sea aniquilada toda la nación”. “Y este dictamen no lo dio él por cuenta propia, sino que, como era pontífice aquel año, profetizó que Cristo nuestro Señor había de morir por su pueblo: y no solamente por el pueblo judío, sino también por reunir a las ovejas que estaban disgregadas” y llamar a la fe a los que estaban destinados a ser “hijos de Dios”. Desde este día estuvieron ya decididos a matarle; y como si fuera un enemigo público, hicieron un llamamiento general diciendo que “todos los que sepan dónde está lo digan, para que sea encarcelado” y se ejecute la sentencia.

          Queda bien patente la maldad de estos llamados jueces, porque primero dieron la sentencia, y sólo después hicieron el proceso. Dieron la sentencia de muerte en este Consejo y el acusado estaba ausente, no le tomaron declaración ni le oyeron en descargo del delito que se le imputaba; y es que solamente les movía la envidia por los milagros que el Señor hacía, y el miedo a perder su posición económica y su poder político y religioso.

          Después, en el proceso, aunque hubo acusadores y testigos, y le preguntaron sobre “sus discípulos y su doctrina”, todo fue un simulacro y una comedia: forzaron las cosas de tal modo que conocieran con la sentencia tomada de antemano. Así suelen ser muchas veces nuestras decisiones: nacen de una intención torcida, y luego intentamos acomodar la razón para que coincida con ella."



LA PASIÓN DEL SEÑOR
Padre Luis de Palma
 1624

domingo, 30 de marzo de 2014

SERMÓN CUARTO DOMINGO DE CUARESMA; por el Padre Héctor Lázaro Romero

Sermón 
IV Domingo de Cuaresma
por el Rvdo. P. Héctor Lázaro Romero
Director de la revista digital "Integrismo

       Hoy es Domingo “de Lætare”. Se le llama así al IV domingo de Cuaresma, por la primera palabra del introito, como al tercero de Adviento se le llama “Gaudete” por lo mismo. Es un día de alegría; nos lo muestran los ornamentos rosados, las flores en el altar, el uso del órgano. La Iglesia quiere frenar un poco las penitencias de Cuaresma para que los fieles puedan retomarlas con más ánimo y más fuerzas. Alegría que consuela y conforta, alegría que es como un anticipo de la que nos embargará en la Pascua que se acerca. La Iglesia ya nos había dado un cierto estímulo al presentarnos, en el II Domingo de Cuaresma, el Evangelio de la Transfiguración de Nuestro Señor, preludio de nuestra propia transfiguración. Hoy nos anima con este domingo de alegría.


       La Epístola de hoy es la dirigida a los Gálatas: allí, San Pablo nos habla de la libertad cristiana, pero se trata de entender bien en qué consiste esa libertad y no caer en el libertinaje. La libertad cristiana consiste en que hemos visto rotas las cadenas que nos ataban al pecado, del que la antigua ley no nos podía librar. El Apóstol concluye: “Porque toda la ley se resume en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Si cumplimos, entonces, con este precepto, si obedecemos a la Ley de Dios, seremos verdaderamente libres de las cadenas del pecado.

       El Evangelio nos presenta el milagro de la multiplicación de los panes y peces. Esta primera multiplicación figura en los cuatro evangelios con increíble exactitud. Nuestro Señor quiere preparar, disponer los ánimos para anunciar, al día siguiente, el milagro de los milagros, la Santa Eucaristía. Por eso, este domingo también es llamado “domingo eucarístico”.

       El texto evangélico nos dice que Jesús se compadece de la muchedumbre que lo sigue “porque eran como ovejas sin pastor”. Las autoridades religiosas de aquel tiempo habían defeccionado; una situación similar a la que vivimos hoy. Y no es difícil que un pueblo tan mal conducido un día aclame a Jesús por rey y al poco tiempo pida su crucifixión.

       Los discípulos preguntan a Nuestro Señor: “¿Dónde compraremos pan?” Jesús había enseñado y curado durante gran parte del día. Es hora, le avisan sus discípulos, de despedir a la gente para que puedan ir a comprar su alimento. “No hace falta. Dadles vosotros de comer”. “¿Pero dónde encontraremos comida para tanta gente?”, pregunta Felipe. Eran cinco mil hombres sin contar las mujeres ni los niños. Jesús quiere probar la fe de sus discípulos. “No importa, id y ved cuántos panes tenéis”, les dice Nuestro Señor.

       Lo único que encuentran los Apóstoles es un  niño que tiene cinco panes y dos peces. El milagro será patente. Jesús toma el pan y haciendo una pequeña oración realiza el milagro. Aquí podemos notar: -la sencilla, breve y lacónica narración evangélica, tan distinta del estilo en que se cuenta un hecho fabuloso; -el paralelismo con la institución de la Eucaristía. Jesús realiza los mismo gestos: toma el pan en sus manos, alza los ojos al cielo, da gracias y lo entrega a sus discípulos. Jesús da gracias, quiere enseñarnos a tener permanentemente esta actitud y a comenzar  todas nuestras oraciones con la acción de gracias.

       Este Sacramento, el Sacramento de los Sacramentos, realiza la unidad en el Cuerpo Místico que es la Iglesia. Es figura y causa de la caridad, como enseña Santo Tomás, no solo de la caridad hacia Dios sino también de la caridad para con el prójimo.

       Este Sacramento nos une. Realiza la unidad en el Cuerpo Místico de Cristo. Nos une con todos aquellos que forman parte de este Cuerpo: santos o no, amigos o enemigos, que nos hayan hecho bien o que nos hayan hecho mal. Este Sacramento nos une. 

       Por eso, la Santísima Eucaristía es incompatible con el odio y la división. Por encima, entonces, de las pequeñas ofensas y divergencias, formamos un único cuerpo, poseemos la misma fe. 

       La Eucaristía pide la caridad. Caridad en palabras: no murmurar del otro, evitar las críticas, los odios, los rencores. Comulgamos de un mismo Cuerpo de Nuestro Señor. 

       Tengamos misericordia para con el otro, así como Nuestro Señor al prefigurar este Sacramento sintió misericordia del pueblo.


NOTA IMPORTANTE: 

El Rvdo. P. Héctor Lázaro Romero, tiene a bien celebrar ocasionalmente 
el Santo Sacrificio de la Misa por las personas e intenciones 
de nuestros amigos y lectores, así como por el alma de sus difuntos. 

Si alguien quiere aplicar una Santa Misa por alguna cuestión particular, 
sólo tienen que escribirnos un mail a traditio@hotmail.com

viernes, 28 de marzo de 2014

IMITACIÓN DEL DIVINO PRISIONERO


          Almas escogidas! Mirad a vuestro Esposo en la prisión; contempladle en esta noche de tanto dolor... Y considerad que este dolor se prolonga en la soledad de tantos Sagrarios, en la frialdad de tantos corazones...

          Si queréis darme una prueba de vuestro amor, abridme vuestro pecho para que haga de él mi prisión. Atadme con las cadenas de vuestro amor... Cubridme con vuestras delicadezas...Alimentadme con vuestra generosidad... Apagad mi sed con vuestro celo...

          Escucha los deseos que entonces sentía mi Corazón!...Me consumía de amor el pensamiento de tantas y tantas almas a quienes este ejemplo había de inspirar el deseo de seguir mis huellas. Las veía fieles imitadoras de mi Corazón, aprendiendo de Mí mansedumbre , paciencia, serenidad, no sólo para aceptar los sufrimientos y desprecios sino aun para amar a los que las persiguen y si fuera preciso, sacrificarse por ellos como Yo me sacrifiqué.



          El amor me encendía más y más en deseos de cumplir la Voluntad de mi Padre, y mi Corazón, más fuertemente unido a El en éstas horas de soledad y dolor, se ofrecía a reparar su gloria ultrajada..." 

          Así vosotras, almas religiosas que os halláis en prisión voluntaria por amor; que más de una vez pasáis a los ojos de las criaturas por inútiles y quizá por perjudiciales: ¡No temáis! Dejad que griten contra vosotras, y en estas horas de soledad y de dolor, que vuestro corazón se una íntimamente a Dios, único objeto de vuestro amor. ¡Reparad su gloria ultrajada por tantos pecados!...


Revelaciones del Sagrado Corazón de Jesús a Sor Josefa Menéndez
extraídas de su libro
UN LLAMAMIENTO AL AMOR
Con Prólogo del entonces Cardenal Eugenio Pacelli

viernes, 21 de marzo de 2014

"SERÍAS UN INGRATO SI NO ME AMASES"


Sobre la Santísima Pasión de Nuestro Señor Jesucristo 
Tomado del Libro de Revelaciones 
de Santa Brígida de Suecia

Capítulo XI: Palabras de Nuestro Señor a Santa Brígida de Suecia.

   Ámame con todo tu corazón, porque yo te amé y me entregué a mis enemigos por mi propia y libre voluntad, mientras que mis amigos y mi Madre se quedaron en amargo dolor y llanto. Cuando vi la lanza, los clavos, las correas y todos los demás instrumentos de mi pasión allí preparados, aún así acudí a sufrir con alegría. Cuando mi cabeza sangraba por todas las partes desde la corona de espinas, aún entonces, y aunque mis enemigos se apoderasen de mi corazón, también, antes que perderte, dejaría que lo hiriesen y lo despedazasen.



     Por ello serías muy ingrata si, en correspondencia a tanta caridad, no me amases. Si mi cabeza fue perforada y se inclinó en la cruz por ti, también tu cabeza debería inclinarse hacia la humildad. Dado que mis ojos estaban ensangrentados y llenos de lágrimas, tus ojos deberían apartarse de visiones placenteras. Si mis oídos se obstruyeron de sangre y oí palabras de burla contra mí, tus oídos tendrían que apartarse de las conversaciones frívolas e inoportunas.

    Al habérsele dado a mi boca una bebida amarga y negársele una dulce, guarda tu propia boca del mal y deja que se abra para el bien. Puesto que mis manos fueron estiradas y clavadas, que las obras simbolizadas en tus manos se extiendan a los pobres y a mis mandamientos. Que tus pies, o sea, tus afectos, con los que debes caminar hacia mí, sean crucificados a los deleites de manera que, igual que Yo sufrí en todos mis miembros, también todos tus miembros estén dispuestos a obedecerme. Demando más servicios de ti que de otros porque te he dado una mayor gracia”.

miércoles, 19 de marzo de 2014

SAN JOSÉ, PATRÓN DE LA SANTA IGLESIA, CUSTODIO DE VÍRGENES, PADRE DEL CARMELO




 El ilustre Patriarca, el Bienaventurado José, fue escogido por Dios prefiriéndolo a cualquier otro santo para que fuera en la tierra el castísimo y verdadero esposo de la Inmaculada Virgen María y el padre putativo de su Hijo único. Y con el fin de permitir a José que cumpliera a la perfección un encargo tan sublime, lo colmó de favores absolutamente singulares. Por eso, es justo que la Iglesia católica, ahora que José está coronado de gloria y honor en el Cielo, 
lo rodee de magníficas manifestaciones de culto
 y lo venere con una íntima y afectuosa devoción.

( Papa Pío IX, Inclytun Patriarcham, del 7 de julio de 1871 )



SAN JOSÉ VIRGEN 

SAN JOSÉ PERMANECIÓ PURÍSIMO 
JUNTO A NUESTRA SEÑORA

     San Jerónimo defiende la virginidad de San José en su escrito contra Helvidio: Tú dices que María no fue virgen; yo reivindico para mí aún más, a saber, que también el mismo José fue virgen por María, para que del consorcio virginal naciese el Hijo virgen. En el santo varón no hubo fornicación y no se ha escrito que haya tenido otra mujer. De María fue más bien custodio que marido; de donde se sigue haber permanecido virgen con María, quien mereció ser llamado padre del Señor. (Adversus Helvidium 19; PL 23, 213)

     San Pedro Damián: No parece que fuese suficiente que sólo la Madre fuese virgen; es de fe de la Iglesia que también aquel que hizo las veces de padre ha sido virgen. Nuestro Redentor ama tanto la integridad del pudor florido, que no sólo nació de seno virginal, sino también quiso ser tocado por un padre virgen. (Epístola 6 ad Nicolaum II; PL 145, 384)

     Dice San Francisco de Sales: María y José habían hecho voto de virginidad para todo el tiempo de su vida y he aquí que Dios quiso que se uniesen por el vínculo del santo matrimonio, no para que se desdijeran y se arrepintieran de su voto, sino para que se confirmasen más y más y se animasen mutuamente juntos durante toda su vida. (Pláticas espirituales, Ed. Balmes, Barcelona, 1952, plática XIX, p. 325) 

     Santo Tomás de Aquino enseña: Se debe creer que José permaneció virgen, porque no está escrito que haya tenido otra mujer y la infidelidad no la podemos atribuir a tan santo personaje. 
(Summa Theologica III, q. 28, a. 3)


SANTA TERESA DE JESÚS
LA PERFECTA HIJA Y DEVOTA DE SAN JOSÉ
(Tomado del Capítulo XXXIII de su Vida)


          En el día de la Asunción ( de 1561), estando en un monasterio de la Orden del Glorioso Santo Domingo... vínome un arrobamiento tan grande que casi me sacó fuera de mí... Parecióme que me veía vestir una ropa de mucha blancura y claridad, y al principio no veía quién me la vestía; después vi a Nuestra Señora hacia el lado derecho y a mi Padre San José al izquierdo... Díjome Nuestra Señora que le daba  mucho contento que sirviera al Glorioso San José, que creyese que lo que pretendía del monasterio se haría y en él se serviría mucho el Señor y ellos dos.

          Una vez, estando en una necesidad que no sabía qué hacer ni con qué pagar unos oficiales, me apareció san José, mi verdadero padre y señor, y me dio a entender que no faltarían, que los concertase y así lo hice sin ninguna blanca, y el Señor, por maneras que espantaban a los que lo oían, me proveyó. Por eso, recomendaba encarecidamente a cada una de sus monjas: Aunque usted tenga muchos santos por abogados, séalo en particular de san José que alcanza mucho de Dios . Y les decía: Hijas, sean devotas de san José, que puede mucho.


          Dejó escrito el Padre Jerónimo Gracián, confesor y amigo de Santa Teresa de Jesús: "Ella puso sobre la portería de todos sus monasterios que fundó, a Nuestra Señora y al glorioso San José; y en todas las fundaciones llevaba consigo una imagen de bulto de este glorioso santo, que ahora está en Ávila, llamándole fundador de esta Orden... Otras muchas cosas pudiera decir que han acaecido a esta misma Madre con el glorioso San José por haberla confesado y haber sido su prelado mucho tiempo."

  (P. Jerónimo Gracián , Josefina: excelencias de San José, Madrid, 1944, p. 209)



domingo, 16 de marzo de 2014

SIETE DOMINGOS A SAN JOSÉ; SÉPTIMO Y ÚLTIMO; SERMÓN PARA EL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA


Séptimo Dolor y Gozo
San Lucas 2, 40-52


San José, ejemplar de toda santidad. Grande fue tu dolor al perder, sin culpa, al Niño Jesús, 
y haber de buscarle, con gran pena, durante tres días; pero mayor fue tu gozo 
cuando al tercer día lo hallaste en el templo en medio de los Doctores.

Por este Dolor y Gozo, te suplicamos nos alcances la gracia 
de no perder nunca Jesús por el pecado mortal; y si por desgracia lo perdiéramos, 
haz que lo busquemos con vivo dolor, hasta que lo encontremos 
y podamos vivir con su amistad, 
para gozar de Él contigo en el Cielo y cantar allí eternamente su divina misericordia. Amén.

( Ahora reza con piedad y atención un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria )




Sermón
II Domingo de Cuaresma

por el Rvdo. P. Héctor Lázaro Romero
Director de la revista digital "Integrismo"


"Llevemos entonces la cruz hasta el Calvario 
y Dios nos transfigurará ya en esta vida uniéndonos a Él"


      La liturgia de hoy nos dirige un apremiante llamado a la Santidad. San Pablo, en la Epístola, la I a los tesalonicenses, es bien claro: “Por lo demás, hermanos, os rogamos y amonestamos en el Señor Jesús, que andéis según lo que de nosotros habéis recibido acerca del modo en que habéis de andar y agradar a Dios, como andáis ya, para adelantar cada vez más”. Se nos pide, Dios nos lo pide, “adelantar cada vez más” en el camino de la santidad, cada uno en su estado. Se nos llama al heroísmo sí, pero si San Pablo pide esto a los cristianos de Tesalónica de aquel tiempo y a los de todos los siglos venideros, pues es palabra de Dios, significa que es posible, contando con la Gracia.

        ¿Y habrá todavía cristianos que piensen que la Santidad no se ha hecho para ellos?

          Dejemos de ser cristianos a medias, salgamos de la mediocridad. ¡Cuántos años hace que asisto a Misa, que comulgo, que recibo los Sacramentos y sigo igual que antes, los mismos defectos, las mismas faltas, es que Nuestro Señor no tiene influencia sobre mi vida, no permito por mi pereza y mediocridad que Nuestro Señor trabaje mi alma para que alcance la perfección a que la tiene destinada. ¡Cuántas gracias que desprecio, que no aprovecho y que pierdo por mi culpa!

          El cristianismo reclama almas viriles y recias, Nuestro Señor nos pide el esfuerzo personal, exige no poco de nuestra parte. En la obra de la santificación, Nuestro Señor es como el escultor, yo soy el aprendiz que debe dejar guiar su mano por la del Maestro Divino para producir la obra maestra de la santidad. Estamos llamados a ideales altos, recordémoslo. Tantas y tantas almas abandonadas a la medianía y rutina deben tener presente esto. La liturgia nos predica constantemente la grandeza de nuestra vocación o la transformación en Cristo Jesús. Y así, nos pide sacrificio y cruz. Tengamos, entonces, el espíritu de la liturgia católica.

         “Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación”, nos dice San Pablo y son palabras que deberían quedar grabadas a fuego en nuestra alma. El Apóstol recuerda a sus fieles estos altos ideales combatiendo la impureza y avaricia en que caían, vicios opuestos al espíritu cristiano.


          El ideal cristiano se cifra en una sola palabra: la santidad. Los paganos de la época de San Pablo y el mundo neo-pagano de hoy en que vivimos, vive en la impureza y la codicia. “No nos llamó Dios a la impureza sino a la Santidad”, insiste el Apóstol. Hay, entonces, dos ideales opuestos: uno, el del cristiano, la Santidad; el otro, el de la impureza y avaricia, ideal del mundo.

      Echemos ahora una mirada sobre nosotros mismos, cristianos que queremos ser fieles a la fe de nuestros mayores, de nuestros antepasados, ¿cumplimos siempre con el precepto dominical? Si cumplimos siempre, ¿es suficiente esta media hora dedicada a Dios para cumplir con la vocación de santidad? ¿No habrá muchas medias horas consagradas a los ideales que ofrece el mundo? Meditemos, entonces, sobre estas palabras de San Pablo.

          El Evangelio narra la Transfiguración de Nuestro Señor. Jesús se transfigura ante tres de sus apóstoles, pero no solo para ellos se transfigura sobre el Tabor, sino también para nosotros, para darnos a nosotros un testimonio de su Gloria como Hijo de Dios, gloria que tiene preparada para todos los cristianos para después de la muerte, si son fieles y perseverantes. Para darnos también a nosotros fuerza para luchar y sufrir, a fin de alcanzar la vida eterna. Pero, ¿qué es la vida eterna?, ¿qué aprecio hacemos de ella?

       La vida eterna es ver a Dios tal como es, amar a Dios por siempre; gozar lo que Dios goza infinitamente, sin la menor pena ni dolor; vivir con su misma vida; es decir, sin agotamiento, enfermedades ni muerte.

       Estas cosas no podemos comprenderlas, superan nuestra capacidad intelectual. No podemos comprender nosotros, pobres hormigas cómo es la vida y el gozo de Dios, de los cuales nos hará partícipes un día.

            Nuestro Señor concedió a San Pablo el placer de gustar por un momento, un poco, un adelanto del Paraíso; pero no encontró palabras suficientes para explicar lo que vio: “Ningún ojo de hombre ha visto jamás lo que yo vi; ningún oído ha escuchado lo que yo oí; ningún corazón de hombre ha gustado jamás lo que yo gusté. Pues bien, esto lo tiene preparado para todo aquel que le ama”, dice el Apóstol a los Corintios.

        Trabajemos entonces por alcanzar el Cielo, donde ya no tendremos esta carne pesada e inclinada al mal, sino que seremos transfigurados como Cristo en el Tabor, y participaremos del gozo infinito de Dios.
¿Qué aprecio hacemos de la vida eterna? Nadie puede entrar en la vida eterna si no se ha penetrado antes de esta verdad; y debe entrar como luz en su mente y como fuerza en sus acciones. ¿De qué vale repetir cada día: “Creo en la vida eterna”, si luego no se la tienen presente en el modo de pensar y de obrar?
Esta verdad debe ser luz en la inteligencia, porque el pensamiento de la vida eterna debe ser la estrella a la que se dirijan nuestros pensamientos.

             El trabajador que regresa cansado a su hogar, pero contento porque lleva dinero a su casa, debe pensar: “En esta semana, ¿qué ganancia conseguí para la vida eterna?”

          La madre de familia que se acuesta contenta porque ha dado una sana e inteligente educación a sus hijos, debe pensar “En lo referente a su educación, ¿he tenido también en cuenta la vida eterna?¿Les he enseñado mañana y noche a rezar? El hombre que va al banco a depositar sus ganancias, debe pensar: “Y en el banco de la vida eterna ¿qué deposito? ¿He hecho limosnas, he ayudado a los necesitados? El enfermo que sufre y que tal vez no curará, piensa en la vida eterna y se consuela. Aun el anciano que siente aproximarse el fin de la vida, no se deja llevar por la tristeza si piensa en la vida eterna y purifica su conciencia.

              Esta verdad de la vida eterna es también fuerza en las acciones. ¿Qué daba fuerza a San Esteban para morir a pedradas? La vida eterna. ¿Cómo hacían los santos para vivir tan puros, para ayunar tanto, mientras que a nosotros nos parece difícil abstenernos de comer carne unos días al año, vencer la impureza del pensamiento, de la palabra, de las acciones? Es que el pensamiento de la vida eterna iluminaba sus vidas. El beato Cafasso exclamaba: “¡Oh, Paraíso, oh, Paraíso! El que piensa en ti no conoce cansancio”.

          Ahora podemos comprender porqué en las cosas de la Religión estamos siempre cansados y fastidiados: es que no pensamos bastante en el Cielo, no pensamos bastante en la Vida Eterna.

          Es algo tan grande que, como dijimos antes, no podemos comprender este gozo del Cielo. Imagínense, dice San Gregorio en su Diálogos, un niño nacido y crecido en una prisión subterránea; no ha visto jamás un rayo de sol; no sabe qué son las estrellas ni la luna. Ahora bien, la madre, que está en la prisión, quiere enseñarle cómo son las bellezas del mundo. “Hijo mío”, le dice, “si supieras ¡qué radiante es el sol! Es como la llama de nuestra lámpara, pero mucho más grande, que ilumina todos los lugares. Luego, mostrándole una hoja seca y marchita le dice: si supieras qué hermosas son las hojas, qué variedad que hay”. El niño escucha, abre grandes los ojos, sueña; pero no llega a imaginar nada. Lo mismo, dice San Gregorio, nos pasa a nosotros. Nuestra Santa Madre la Iglesia se esfuerza en enseñarnos el gozo del Cielo, pero nosotros, que no tenemos experiencia de esto, no podemos comprender nada.

          Pero si no podemos entender lo que es el Cielo, podemos conquistarlo. Pongamos ante nuestros ojos el eterno premio de la vida eterna y en las tentaciones sabremos luchar con fuerzas y soportar en paz los sufrimientos y cruces de nuestra vida.

          El misterio de la Transfiguración de Jesús es símbolo de nuestra transfiguración. Debemos transfigurarnos en la imagen de Nuestro Señor: “Sed perfectos como es perfecto mi Padre que está en los Cielos”. Se trata de revestirse de Cristo. La transfiguración en Cristo en esta vida prepara la definitiva y futura transfiguración del Cielo. Transfigurarse en Él es alcanzar la santidad, es santificarse, es cumplir con el apremiante llamado que nos hace San Pablo en la epístola que comentamos al principio. Tal como eran resplandecientes el rostro y el vestido de Jesús, así nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones deben resplandecer ante los hombres, para dar gloria a Dios Padre. El que no comienza esta transfiguración en la tierra, no llegará a la completa transfiguración en el Paraíso, donde nuestro rostro será resplandeciente como el sol, nuestros vestidos blancos como la nieve, cuando nos será concedido hacer una tienda eterna, donde gozaremos todo gozo sin fin.

          Pero recordemos que solo alcanzaremos esta transfiguración por la oración y el trabajo, así como Jesús se transfiguró mientras rezaba y después de haber subido a la montaña y así arriba hablaba de sufrimientos.

          Sepamos seguir entonces este llamado de San Pablo que quiere despertar nuestra generosidad: “Esta es la Voluntad de Dios, vuestra santificación”. Luchemos para alcanzar la Santidad confiados en Dios y en Su Gracia. Transfigurémonos en Él ya en esta vida, en preparación a la transfiguración definitiva. Pero sepamos que para unirnos a Dios, para alcanzar el Cielo, hemos de sobrellevar las cruces de que están hechas nuestras vidas.

          No nos hagamos ilusiones. ¿Querríamos estar con Nuestro Señor en la Gloria del Tabor y no seguirlo en los dolores del Calvario? Llevemos entonces la cruz hasta el Calvario y Dios nos transfigurará ya en esta vida uniéndonos a Él, santificándonos, y nos conducirá al Monte Tabor de la eterna transfiguración, para unirnos a Él para siempre.


NOTA IMPORTANTE: 

El Rvdo. P. Héctor Lázaro Romero, tiene a bien celebrar ocasionalmente 
el Santo Sacrificio de la Misa por las personas e intenciones 
de nuestros amigos y lectores, así como por el alma de sus difuntos. 

Si alguien quiere aplicar una Santa Misa por alguna cuestión particular, 
sólo tienen que escribirnos un mail a traditio@hotmail.com

viernes, 14 de marzo de 2014

CORONA DE LAS CINCO LLAGAS



Lo ideal es tener una coronilla como la que aparece en la imagen, 
compuesta por cinco grupos de cinco cuentas cada uno; no es imprescindible, 
ya que también se puede rezar usando por ejemplo los dedos.

INICIO

Por la señal de la Santa Cruz, etc.
Abrid, Señor mis labios
Y mi boca proclamará vuestras alabanzas.
Oh Dios, venid en mi ayuda.
Señor, apresuraos en socorrernos.

JACULATORIA

María, mi tierna Madre,
Haz que en mí estén de fijo
Las Llagas del Crucifijo.
Para que nunca las olvide.


PRIMERA LLAGA: LA DEL PIE IZQUIERDO

¡Jesús mío crucificado! Adoro devotamente la llaga dolorosa de vuestro pie izquierdo.
 ¡Ah! por el dolor que habéis sentido en ella, y por la sangre que ha derramado, 
concededme la gracia de huir las ocasiones de pecar, y de no caminar nunca
 por las vías de la iniquidad, que me conducirían a mi perdición.

Ahora reza CINCO GLORIAS, UN AVEMARÍA 
y la JACULATORIA:

"María, mi tierna Madre, haz que en mí estén de fijo
las Llagas del Crucifijo, para que nunca las olvide"


SEGUNDA LLAGA: LA DEL PIE DERECHO

¡Jesús mío crucificado! Adoro devotamente la llaga dolorosa de vuestro pie derecho. 
¡Ah! por el dolor que habéis sentido, por la sangre preciosa que de ella se derramó, 
concededme la gracia de seguir constantemente la senda de todas las virtudes cristianas
 hasta la entrada en el Paraíso.

Ahora reza CINCO GLORIAS, UN AVEMARÍA 
y la JACULATORIA:

"María, mi tierna Madre, haz que en mí estén de fijo
las Llagas del Crucifijo, para que nunca las olvide"


TERCERA LLAGA: LA DE LA MANO IZQUIERDA

¡Jesús mío crucificado! Adoro devotamente la llaga dolorosa de vuestra mano izquierda.
 ¡Ah! por el dolor que habéis sentido, por la sangre preciosa que derramásteis por ella, 
no permitáis que me encuentre a vuestra izquierda en medio de los réprobos
 en el día del juicio final.

Ahora reza CINCO GLORIAS, UN AVEMARÍA 
y la JACULATORIA:

"María, mi tierna Madre, haz que en mí estén de fijo
las Llagas del Crucifijo, para que nunca las olvide"


CUARTA LLAGA: LA DE LA MANO DERECHA

¡Jesús mío crucificado! Adoro devotamente la llaga dolorosa de vuestra mano derecha. 
¡Ah! por el dolor que habéis sentido, por la sangre que ha derramado,
 bendecid mi alma, y conducidla a Vuestro Reino.

Ahora reza CINCO GLORIAS, UN AVEMARÍA 
y la JACULATORIA:

"María, mi tierna Madre, haz que en mí estén de fijo
las Llagas del Crucifijo, para que nunca las olvide"


QUINTA LLAGA: LA DEL COSTADO

¡Jesús mío crucificado! Adoro devotamente la llaga sagrada de vuestro costado.
 ¡Ah! por la sangre que derramó, encended en mi corazón el fuego de vuestro Amor,
 y hacedme la gracia de perseverar amándoos por toda la eternidad.

Ahora reza CINCO GLORIAS, UN AVEMARÍA 
y la JACULATORIA:

"María, mi tierna Madre, haz que en mí estén de fijo
las Llagas del Crucifijo, para que nunca las olvide"



jueves, 13 de marzo de 2014

COLOQUIOS CON JESÚS SACRAMENTADO


Coloquios del Discípulo con Jesús Sacramentado 
Por el Beato Tomás de Kempis 

          Dulcísimo y amorosísimo Señor, a quien ahora mismo deseo recibir con mucha devoción, tu conoces mi debilidad y la miseria que me aflige (...) Tú sabes cuáles son los bienes que más necesito y cuán falto ando en todas las virtudes. (...) 

          Eleva mi corazón hacia el cielo, hacia ti, y no dejes que me pierda vagando sobre esta tierra. Sé tú solo, desde este momento y para siempre, mi única dulzura (...)



          Ojalá pudiera quemarme totalmente en tu presencia, consumirme y transformarme en ti, de suerte que sea un solo espíritu contigo por la gracia que produce esa unión íntima y por la efusión que causa el amor ardiente.

          No permitas que me separe de ti en ayunas y árido, usa conmigo misericordia como tantas veces demostraste de un modo tan portentoso con los santos.

          Siendo tú un fuego que siempre arde y nunca se extingue, un amor que purifica los corazones y alumbra las inteligencias, ¡qué maravilloso sería que al acercarme a ti me quemase enteramente en tu fuego y dejara de ser yo mismo para transformarme en ti!"

lunes, 10 de marzo de 2014

EL PURGATORIO Y SANTA MARÍA MAGDALENA DE PAZZIS ( II )

          Un momento después de su agitación aumentó, y pronunció una dolorosa exclamación. Era el calabozo de las mentiras el que se abría ante ella. Después de haberlo considerado atentamente, dijo, “Los mentirosos están confinados a este lugar de vecindad del Infierno, y sus sufrimientos son excesivamente grandes. Plomo fundido es vertido en sus bocas, los veo quemarse, y al mismo tiempo, temblar de frío”.

          Luego fue a la prisión de aquellas almas que habían pecado por debilidad, y se le oyó decir: “Había pensado encontrarlas entre aquellas que pecaron por ignorancia, pero estaba equivocada: ustedes se queman en un fuego mas intenso”. Más adelante, ella percibió almas que habían estado demasiado apegadas a los bienes de este mundo, y habían pecado de avaricia.

             “Que ceguera, dijo, ”¡las de aquellos que buscan ansiosamente la fortuna perecedera! Aquellos cuyas antiguas riquezas no podían saciarlos suficientemente, están ahora atracados en los tormentos. Son derretidos como un metal en un horno”.

          De allí pasó a un lugar donde las almas prisioneras eran las que se habían manchado de impureza. Ella las vio en tan sucio y pestilente calabozo, que la visión le produjo náuseas. Se volvió rápidamente para no ver tan horrible espectáculo.




         Viendo a los ambiciosos y a los orgullosos, dijo “Contemplo a aquellos que deseaban brillar ante los hombres; ahora están condenados a vivir en esta espantosa oscuridad”.

          Entonces le fueron mostradas las almas que tenían la culpa de ingratitud hacia Dios. Estas eran presas de innombrables tormentos y se encontraban ahogadas en un lago de plomo fundido, por haber secado con su ingratitud la fuente de la piedad.

          Finalmente, en el último calabozo, ella vio aquellos que no se habían dado a un vicio en particular, sino que, por falta de vigilancia apropiada sobre si mismos, habían cometido faltas triviales. Allí observó que estas almas tenían que compartir el castigo de todos los vicios, en un grado moderado, porque esas faltas cometidas solo alguna vez las hacen menos culpables que aquellas que se cometen por hábito.

          Después de esta última estación, la santa dejó el jardín, rogando a Dios nunca tener que volver a presenciar tan horrible espectáculo: ella sentía que no tendría fuerza para soportarlo.

          Su éxtasis continuó un poco mas y conversando con Jesús, se le oyó decir: “Dime, Señor, el porqué de tu designio de descubrirme esas terribles prisiones, de las cuales sabía tan poco y comprendía aun menos…” ¡Ah! ahora entiendo; deseaste darme el conocimiento de Tu infinita Santidad, para hacerme detestar más y más la menor mancha de pecado, que es tan abominable ante tus ojos”.

domingo, 9 de marzo de 2014

SIETE DOMINGOS A SAN JOSÉ; SEXTO DOMINGO; REFLEXIÓN DOMINICAL


Sexto Dolor y Gozo
San Mateo 2, 19-23


Glorioso San José, que viste sujeto a tus órdenes al Rey de los Cielos.
Si tu alegría al regresar de Egipto se vio turbada por el miedo a Arquelao,
 después, al ser tranquilizado por el Ángel, 
viviste contento en Nazaret con Jesús y María.

Por este Dolor y Gozo, alcánzanos la gracia de vernos libres de temores, 
y gozando de paz de conciencia, vivir seguros con Jesús y María 
y morir en Su Compañía.

( Ahora reza con piedad y atención un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria )





Sermón del I Domingo de Cuaresma

por el Rvdo. P. Héctor Lázaro Romero
Director de la revista digital "INTEGRISMO"

      Este tiempo de Cuaresma que hemos comenzado, fue instituido como preparación a la Pascua en el Concilio de Nicea, el año 325. Es, ante todo, tiempo de oración, tiempo especialísimo para asistir a Misa, pudiendo, durante la semana para aprovechar los hermosos textos litúrgicos y también, para frecuentar más la confesión y la Sagrada Comunión. Es un tiempo de ayuno y de penitencia. La supresión del “Alleluia” del Gloria, del órgano y de las flores, lo dan a entender. Tiempo penitencial, tiempo reconciliador y purificador, como nos lo recuerda San Pablo en la Epístola de hoy: “He aquí el tiempo propicio, he aquí el día de la salvación”. Nos preparamos para la Semana Santa; por lo tanto, es muy conveniente meditar en los misterios de la pasión por la práctica del Vía Crucis y de otras devociones.

      Tengamos, entonces, presente lo que nos dice San Pablo en la Epístola: el discípulo de Cristo ha de vivir según el Maestro, en la cruz y en la mortificación. No ha de crearse un cristianismo fácil. La Cuaresma nos lo recuerda.

      Hecha esta introducción, vayamos al Evangelio de hoy. Se trata de las tentaciones de Nuestro Señor en el desierto.

      Y comienza diciendo que Cristo fue llevado al desierto por el Espíritu. El Espíritu Santo permite estas tentaciones. Nuestro Señor es tentado en el desierto, en la soledad. La soledad tiene sus bienes y sus peligros: sus bienes; el hombre aislado de cuanto puede distraer sus sentidos se encuentra más fácilmente con Dios, que no es amador del mundo. Sus peligros, pues las tentaciones suelen ser mayores. Dios, de alguna manera, nos llama a la soledad, pues recogerse para rezar es estar a solas con Dios. Esta soledad es necesaria en la medida posible a cada estado. El simple examen de conciencia hecho varias veces al día es ya un recogerse en el desierto que recomiendan los santos. A esta soledad nos lleva el Espíritu.
Nuestro Señor es llevado al desierto para ser tentado por el diablo y allí ayunó cuarenta días y cuarenta noches, dice el texto evangélico.

      Santo Tomás de Aquino, en su Suma Teológica, en la IIIª parte, q. 41, explica porqué Cristo quiso ser tentado: En 1er lugar, nos dice que Cristo se ofrece por propia voluntad a ser tentado; de otra manera, el diablo no se hubiese llegado a tentarlo. Luego da 4 motivos: Primero, para darnos auxilio contra las tentaciones. Por lo que dice San Gregorio: “No era indigno de nuestro Redentor querer ser tentado, puesto que vino para ser muerto, para que así venciese nuestras tentaciones con las suyas, como venció nuestra muerte con la suya."

      Segundo, para advertencia nuestra, para que nadie, por santo que sea, se tenga por seguro y exento de tentaciones. Por eso, se lee en el Eclesiástico: “Hijo mío, si te das al servicio de Dios, tente firme en la justicia y el temor y prepara tu alma para la tentación”.

      Tercero, para dar ejemplo, para enseñarnos de qué manera hemos de vencer las tentaciones del diablo. Y así, dice San Agustín, que Cristo se ofreció al diablo para ser tentado, a fin de ser nuestro mediador en superar las tentaciones, no solo con la ayuda, sino con el ejemplo.

      Cuarto, para movernos a confiar en su Misericordia. Por esto, se dice en la Epístola a los Hebreos: “No es tal el Pontífice que tenemos que no sepa compadecerse de nuestras flaquezas, pues fue tentado en todas las cosas, para asemejarse a nosotros, fuera del pecado”. Así concluye Santo Tomás.

      Tomemos dos grandes ejemplos de tentaciones, en las vidas de San Antonio, Abad,  y de Santa Catalina de Siena. Leemos en la vida de San Antonio, que el diablo, no pudiendo tolerar los santos propósitos de Antonio, comenzó a traerle a la memoria el recuerdo de las riquezas, de su hermana abandonada, de su antigua vida, de sus comodidades y banquetes, comparando todo esto con el rigor de la vida que había abrazado. Le traía pensamientos impuros e incluso llegó a aparecérsele el espíritu de la impureza. El Santo a todo resistía. Llegó el diablo a lastimarlo corporalmente y a aparecérsele bajo la forma de feroces animales. Pero el Señor vino en su ayuda, levantó el Santo sus ojos y vio un rayo de luz; los demonios, entonces, huyeron. Antonio le preguntó “¿dónde estabas? ¿Cómo no viniste a calmar mis dolores?” Entonces, Nuestro Señor le contestó: “Aquí estaba, Antonio, contemplando tu lucha”.

      También Santa Catalina de Siena habiendo sido atacada muy duramente por el demonio con multitud de tentaciones deshonestas. Eran muy fuertes y duraron largo tiempo. Hasta que un día, Nuestro Señor se le apareció y ella le dijo: “¿Dónde estabas, Dulce Señor, mientras mi corazón se veía en tantas tinieblas y suciedades?” A lo cual Él le respondió: “Yo estaba dentro de tu corazón, hija mía” “Y, ¿cómo” -replica la Santa- “podías vivir en medio de tanta inmundicia?” Y el Señor le dice: “Dime, esos pensamientos malos, ¿te causaban placer o tristeza, amargura o deleite?” Y Catalina contesta: “Extrema amargura y tristeza” Y Jesús continuó: “¿Y quién infundía esa amargura y tristeza en tu corazón, sino Yo, que estaba oculto en tu alma?

      Que estos ejemplos de Santos nos ayuden en la lucha contra las tentaciones en nuestro combate espiritual. Debemos aprender a conocer las trampas que nos pone el enemigo de nuestra salvación, aprender a conocer, como dice San Ignacio, las buenas y malas mociones que podemos tener en el alma. Las buenas para recibir, las malas para rechazar. El Santo enumera las reglas de discernimiento de espíritus en su librito de los Ejercicios espirituales.

      De ellos recordemos la 1ª, que nos dice que en las personas que van de pecado mortal en pecado mortal, el mal espíritu presenta mayores placeres para conservarlos en sus vicios y pecados, mientras que el bueno, por el contrario, le trae remordimientos.

      Y también recordemos la 2ª regla: en las personas que van purgando sus pecados y avanzando en la vida espiritual, el mal espíritu obra al revés que en la 1ª, da tristeza, pone impedimentos, falsas razones para que no adelante; mientras el buen espíritu da ánimo y fuerzas.

      El mal espíritu quiere nuestra ruina y condenación. Por eso, como dice San Juan Crisóstomo, no debemos creerle, cerrarle por completo los oídos y aborrecerlo cuando nos halaga. Nos tiene declarada guerra sin cuartel, y pone más empeño en perdernos que nosotros en salvarnos. No hagamos nada de lo que a él le gusta y así cumpliremos lo que agrada a Dios.

      Continuando con el Evangelio, Nuestro Señor quiere prepararse para su vida pública con cuarente días de ayuno, como también lo habían hecho ya Moisés y Elías. Quiere darnos ejemplo y enseñarnos a despreciar el placer material, prefiriendo los placeres espirituales de la oración.

      Luego del texto evangélico nos indica las tentaciones de que fue objeto Nuestro Señor; la materia de la tentación es triple: es tentado de gula, de vanagloria y de ambición.

      En primer lugar, la gula: “Habiendo ayunado tuvo hambre, y acercándose el tentador, le dijo: -Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan. Pero Él le respondió diciendo: -Escrito está: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Santo Tomás afirma que no es gula usar de las cosas necesarias para el sustento de la vida, pero sí lo puede ser cometer algún desorden por el deseo de sustento. Y aquí había desorden, pues podía procurarse alimento por medios humanos, siendo inútil un milagro. Nuestro Señor nos enseña aquí, que el alimento espiritual deber ser el principal alimento del cristiano.


      La segunda tentación es de vanagloria: “Llevóle, entonces, el diablo a la ciudad santa y poniéndole sobre el pináculo del templo le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo, pues escrito está: A sus ángeles encargará que te tomen en sus manos para que no tropiece tu pie contra una piedra. Díjole Jesús: -También está escrito: “No tentarás al Señor tu Dios”. El diablo pide aquí a Nuestro Señor una prueba de Su Divinidad. Cristo nos enseña aquí, a vencer al demonio, no con milagros, sino con paciencia y longanimidad, dice San Juan Crisóstomo, sin dejarnos llevar nunca por la ostentación y la vanagloria.

      La tercera tentación es de ambición: De nuevo le llevó el diablo a un monte y mostrándole todos los reinos del mundo y su gloria le dijo: "Todo esto te daré, si postrado, me adorares: Díjole entonces Jesús: -Apártate, Satanás, porque está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo darás culto”. Entonces, el diablo le dejó y llegaron ángeles y le servían." Aquí, el demonio promete a Cristo el poder, a condición de cometer el mayor de los crímenes: servir al diablo, adorarlo. Nuestro Señor rechaza resueltamente, solo se adora al verdadero Dios. Sin embargo, cuántos en el mundo de hoy para alcanzar al poder no tienen escrúpulos en cometer los mayores pecados.

      Recordemos, sobre la tentación, que tener tentaciones no es pecado, aunque se debe evitar la ocasión de ser tentados, pero la tentación no es pecado. Pues sentir no es consentir, como se dice; sentir la tentación solo será falta si se consiente en ella.

      De todo esto sacamos como lección, que Cristo nos enseño a vencer las tentaciones: en primer lugar, usando la palabra de Dios; en segundo lugar, recordando los mandamientos divinos y, en tercer lugar, conociendo las asechanzas del tentador, no cooperando con él sino rechazándolo con gran confianza en Dios y con autoridad.

      Para terminar, San Francisco de Sales enumera los remedios contra las tentaciones: “1º, LA ORACIÓN, como los niños que en el peligro recurren a su madre; así hemos de hacer nosotros con Dios ante la tentación. 2º, LA SANTA CRUZ, por la que fue vencido para siempre el diablo. 3º, la lucha y EL RECHAZO de la tentación, rechazarla con todas nuestras fuerzas. 4º APARTAR LA MENTE: no mires cara a cara a la tentación. Pon los ojos solamente en Nuestro Señor, pues si te fijas demasiado en ella, sobre todo si es muy violenta, te expondrías a ser vencido”, dice el Santo. 5º, OCUPARSE EN BUENAS OBRAS que nos hagan olvidar las tentaciones, 6º remedio contra la tentación, abrir la conciencia a un DIRECTOR ESPIRITUAL y último remedio, no discutir CON EL DIABLO, NO RESPONDERLE, sino con las mismas palabras que le dirigió Nuestro Señor: Apártate de mí, Satanás, pues está escrito “Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo servirás”.

      Que Nuestro Señor Jesucristo nos ayude en la lucha contra las tentaciones.


NOTA IMPORTANTE: 


El Rvdo. P. Héctor Lázaro Romero, tiene a bien celebrar ocasionalmente 
el Santo Sacrificio de la Misa por las personas e intenciones 
de nuestros amigos y lectores, así como por el alma de sus difuntos. 

Si alguien quiere aplicar una Santa Misa por alguna cuestión particular, 
sólo tienen que escribirnos un mail a traditio@hotmail.com