miércoles, 14 de junio de 2017

SOR MÓNICA DE JESÚS, LA MÍSTICA AGUSTINA DEL SIGLO XX


    Su nacimiento tuvo lugar el 17 de mayo del año 1889 en un pequeño pueblo de la ribera de Navarra llamado Monteagudo, pequeño en habitantes -unos 1400- pero no en historia -su fundación parece remontarse a la época visigoda-, situado a la falda del Moncayo. Ese mismo día recibió el bautismo con el nombre de Basilia. Fue la tercera de los 10 hijos que tendrían sus padres, Eusebio Cornago y María Zapater.

     Basilia fue de niña muy normal, -la mamá solía decir que Basilia era la hija más guapa y salada que tenía-; bailaba muy bien la jota y otros bailes regionales. Aprendió a coser, a bordar; hacía punto (toquillas), labores de ganchillo y no se le daba nada mal la cocina. Era muy amiga de los animales y con predilección de los corderillos.

     Fue educada en una familia campesina de profundas raíces cristianas, de costumbres edificantes, de comportamiento cabal, sencillo, austero. A los cuatro años vio por primera vez a su ángel junto con el de una amiga. Basilia le pidió al suyo que le enseñara a amar mucho a Jesús. Sentía pasión por la Eucaristía. Se preparó intensamente a su Primera Comunión; ese primer encuentro con Jesús no lo olvidará nunca.




     A los 19 años pide su ingreso en el monasterio de Santa María Magdalena de Baeza, (Jaén) de monjas Agustinas Recoletas, fundado a mediados del siglo XVI.

     El 6 de enero de 1910 fue admitida a la Primera Profesión como Basilia de santa Mónica. Se le llamará Sor Mónica.

     Bien proporcionada, más bien alta, de color agradable, morena y algo sonrosada. Ojos grandes y negros, de mirada profunda y dulce. Voz agradable. Su andar, muy natural aunque algo vivo. Gran personalidad. De temperamento alegre, simpático, muy equilibrado.

     “Su manera de ser inspiraba algo especial, sobre todo con la mirada, como si estuviera siempre en la presencia de Dios y es que de hecho estaba siempre en Él y con Él, aunque atendía muy bien y con toda servicialidad a cuantos acudíamos a ella” (Testimonio de una monja del Monasterio).

     La vida de Sor Mónica transcurre entre las labores propias del monasterio a las que coopera conforme la obediencia y, sobre todo, el trato directo y espontáneo con Jesús, conformándose siempre a Su Voluntad, llenando las horas de vehementes y apasionados actos de amor a Dios, con confianza ciega en la Divina Providencia; contemplando y viviendo la Pasión de Cristo como cosa propia: “Así he aprendido a amarte más cada día, subiendo a la cruz contigo y padeciendo por ti”.

     El demonio le pone continuas asechanzas para apartarla del camino de la virtud. Sor Mónica lo vence, ayudada por la gracia divina, una y otra vez. Por encargo de su padre espiritual un día le pregunta: Por qué me tratas así, ¿qué te he hecho? A lo que el demonio responde: “¡Anda, maldita!, si no has hecho otra cosa que darme guerra desde que tienes uso de razón”. Escribe sor Mónica: “Jesús me libra de sus garras”.

     “Era muy devota del Divino Corazón de Jesús en la Eucaristía -dice una hermana- del que estaba locamente enamorada; por eso sentía muchísimo los ultrajes, desprecios, pecados, faltas y ofensas que se le hacían, y, en cambio, se regocijaba cuando le hacíamos honores, o se enteraba de que se los hacían”.

     El Ángel, a quién llamaba Hermano Mayor, a lo largo de su vida le aconseja, alienta, reprende; le explica la Voluntad de Dios y las verdades de nuestra fe; la urge a crecer en el amor de Dios y a mantenerse en su presencia; la estimula a amar a Jesús, a inmolarse por los pecadores y le ayuda en su conversión.

    Murió santamente el 14 de Junio de 1964.

    Y nos dejó una promesa: “Desde el Cielo miraré mucho más por vosotros”.




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