viernes, 9 de febrero de 2018

ANA CATALINA EMMERICH; Alma Víctima y Confidente de Nuestro Señor


          San Pablo habla de dos formas del servicio en favor de la salvación de las almas: la anunciación activa de la palabra y del hecho. Pero, ¿qué ocurre, si eso ya no es posible? El mismo San Pablo, que tantos dolores soportó, escribe: «Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (San Pablo a los Colosenses, cap. 1, vers. 24).




          Bautizada el día de su nacimiento, el 8 de Septiembre de 1774, en una granja del pueblo de Flamsche cerca de Coesfeld, diócesis de Münster, Westfalia, noroeste de Alemania. 

          Desde los cuatro años de edad tuvo frecuentes visiones de la historia de la Salvación. Tras muchas dificultades causadas por la pobreza y oposición de su familia, ingresó a los 28 años de edad en el monasterio agustino de Agnetenberg, en Dülmen. 

          Suprimido el monasterio por las autoridades civiles en 1811, se trasladó a una casa particular, como ama de llaves de un sacerdote. Desde 1813 en adelante, la enfermedad la obligó a la inmovilidad. El Vicario general Orvergerg y tres médicos, uno de ellos protestante, se encargaron de la investigación. El procedimiento duró más de tres meses, tras las cuales dictaminaron la veracidad de las heridas.

          A finales de 1818 Ana Catalina revela que Dios le concede a través de la oración el alivio de sus estigmas; y las heridas de sus manos y sus pies se cierran, pero los demás se mantienen, y el Viernes Santo todos se vuelven a abrir.

          En 1819 Emmerick vuelve a ser investigada. Fue trasladada a la fuerza a un cuarto grande en otra casa y se mantiene bajo vigilancia estricta durante el día y la noche en un lapso de tres semanas, lejos de todos sus amigos excepto su confesor.

          Desde ese mismo año no tuvo más alimento que la Comunión, y pasó por tres exhaustivas investigaciones de la diócesis, la policía bonapartista y las autoridades.

          Los últimos años de su vida experimentó místicamente la Pasión de Jesucristo y trataba de describir en su dialecto bajo alemán las visiones cotidianas de lo sobrenatural que ella misma encontraba indecibles.




         Un notable escritor alemán, Clemens Brentano, al tener noticia de ello, se convirtió y permaneció al pié de la cama de la enferma copiando los relatos de la vidente desde 1818 a 1824. Dos veces al día el escritor acudía a visitar a Ana Catalina para copiar en sus diarios los apuntes, y regresaba otra más para leérselos a la monja inválida y comprobar así la fidelidad de lo trascrito.

          Gracias a sus revelaciones privadas, los padres paúles H. Jung y Eugene Poulin encuentran en 1891, la Santa Casa de Éfeso, donde piadosamente se cree que vivieron el Apóstol San Juan y la Virgen Nuestra Señora hasta los últimos días de vida terrenal.

          El lunes 9 de Febrero de 1824 murió en Dulmen consumada por las enfermedades y las penitencias.

          Al fallecer la religiosa, el escritor ordenó el material depositado en sus diarios. Preparó un índice de las visiones y la edición de «La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo». El libro fue un acontecimiento mundial.

          El escritor alemán comenzó entonces a ordenar las visiones de la «Vida de María». Brentano murió dejando la tarea inacabada. En lo sucesivo, distintos especialistas editaron los «Diarios» y compilaron, cada uno a su modo, las visiones sobre la Iglesia, el Antiguo Testamento, la Vida pública de Jesús y la Iglesia naciente. 

          «No hallé en su fisonomía ni en su persona el menor rastro de tensión ni exaltación», afirmó Brentano tras conocer a la religiosa. «Todo lo que dice es breve, simple, coherente, y a la vez lleno de profundidad, amor y vida».

OBRA LITERARIA

          De las innumerables revelaciones privadas de las que gozó Ana Catalina Emmerich se compusieron diferentes obras literarias, que no sólo no contradicen los Santos Evangelios sino que nos revelan detalles que ensalzan la genuina Doctrina Católica; su lectura eleva el alma y nos hace entender la íntima relación que la humilde religiosa tuvo con Nuestro Señor Crucificado.



  





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