jueves, 8 de marzo de 2018

SAN JUAN DE DIOS, el Santo de los Enfermos


"Haced el bien hermanos,
 para vosotros mismos"



          El 8 de Marzo de 1550, moría en la imperial ciudad de Granada el Santo de los enfermos: San Juan de Dios. Dejaba como legado para la Santa Iglesia, la Orden Hospitalaria que pronto se extendería por todo el orbe.

          Aunque hay discusiones sobre sus orígenes, se cree que nació cerca de Toledo, España, tal día como hoy en 1495. De familia pobre pero muy piadosa. Su madre murió cuando él era joven y su padre entro en la vida religiosa hasta su muerte.

          Ejerció como pastor y fue tan apreciado por su patrón que este le propuso, sin éxito, que se casara con su hija y fuese su heredero. Juan entró en la milicia y participó en varias batallas de Carlos V. En una de las campañas le pusieron a cuidar un depósito y, como el enemigo logró saquearlo, le condenaron a la horca. Juan se encomendó a la Virgen María y le perdonaron la vida. Dejo la vida militar pero en ella aprendió a ser disciplinado y sufrido.

          Se dedicó entonces a vendedor ambulante de libros y estampas religiosas. En una ocasión, llegando a la ciudad de Granada, vio un niño muy pobre y se ofreció a ayudarlo. Aquel niño era Jesús quien le dijo antes de desaparecer: 

"Granada será tu cruz"

          En una ocasión asistió a la prédica del famoso Padre San Juan de Ávila que estaba de visita en Granada. En plena prédica, cuando hablaba contra la vida de pecado, San Juan se arrodilló y comenzó a gritar: "Misericordia Señor, que soy un pecador". Salió gritando por las calles, pidiendo perdón a Dios. Tenía unos 40 años. 

          Se confesó con San Juan de Avila y se propuso como penitencia hacerse el loco para adquirir rechazos y humildad. Repartió todas sus posesiones entre los pobres. Deambulaba por las calles pidiendo misericordia a Dios por todos su pecados.  


San Juan de Dios repartiendo caridad en las calles de Granada


          La gente lo creyeron en efecto loco y lo trataban con gran desprecio. Hasta lo atacaban a pedradas y golpes. Al fin lo llevaron a un asilo para locos donde recibió fuertes palizas, tal como se acostumbrada a tratar a los locos. Sin embargo sus custodios notaban que Juan no se disgustaba por los azotes sino que lo ofrecía todo a Dios. Juan también corregía a los guardias y les llamaba la atención por el modo tan brutal de tratar a los demás enfermos.

          Cuando San Juan de Avila volvió a la ciudad y supo que Juan estaba recluido en un asilo para locos, fue y logró sacarlo. Le aconsejó que no hiciera más la penitencia de hacerse el loco. En vez se debería dedicar a una verdadera "locura de amor": gastar toda su vida y sus energías ayudando a los enfermos más miserables por amor a Cristo Jesús, a quien ellos representan.

           La estancia de Juan de Dios en el asilo fue providencial. Comprendió el gran error que es pretender curar las enfermedades mentales a bases de golpes y desprecio. Se propuso ayudarles. Alquila una casa vieja en Granada para recibir a cualquier enfermo, mendigo, loco, anciano, huérfano o desamparado. Durante todo el día atiende a cada uno con el más exquisito cariño, haciendo de enfermero, cocinero, barrendero, mandadero, padre, amigo y hermano de todos. Por la noche se va por la calle pidiendo limosnas para sus pobres.

          Sabía poco de medicina pero tenía mas éxito curando enfermedades mentales que cualquier médico. Enseñó con su ejemplo que a ciertos enfermos hay que curarles primero el alma con amor si se quiere obtener la curación de su cuerpo. Este fue el comienzo de la fundación de su hospital. Mas tarde vinculó a su obra un grupo de compañeros, los cuales constituyeron la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Dios.

          Pronto se hizo popular el grito nocturno de Juan por las calles de Granada. "¡Haced el bien hermanos, para vosotros mismos!" ( Hasta hoy, cuando los Hermanos piden limosna, recurren a esta bella frase, que nos anima a dar sabedores de que Dios nos premiará con más) . Las gentes salían a la puerta de sus casas y le daban las sobras de la comida del día. Al volver cerca de medianoche se dedicaba a hacer aseo en el hospital, y a la madrugada se echaba a dormir un rato debajo de una escalera.

          La obra llegó a oídos del señor Obispo. Admirado le añadió dos palabras a su nombre que en adelante sería "Juan de Dios". Como Juan de Dios cambiaba sus ropas por los harapos de los pobres que encontraba en las calles, el prelado le dio un hábito negro con el que se vistió hasta la muerte.

          Un día su hospital se incendió. Juan de Dios entró varias veces a través de enormes llamaradas para sacar a los enfermos sin sufrir quemaduras. Así logró salvarle la vida a todos sus pacientes.

          Otro día el río creció y arrastraba troncos y palos. Juan necesitaba abundante leña para el invierno para sus ancianos. Mientras sacaban troncos del río, uno de sus compañeros jóvenes de pronto fue arrastrado por la corriente. Juan se lanzó al agua para salvarle la vida. El el agua fría le hizo enfermar y empezó a sufrir espantosos dolores. Trataba de que no se notara cuanto sufría.


San Juan de Dios en el Paraíso...


          Por la artritis tenía sus piernas retorcidas y con grandes dolores. Eventualmente se hizo imposible esconder su enfermedad. Una señora obtuvo del señor Obispo autorización para llevarlo a su casa y cuidarlo un poco. El santo fue ante el Santísimo Sacramento para despedirse de su amado hospital. Le confió la dirección de su obra a Antonio Martín quien había tenido gran enemistad con otro hombre. Juan los reconcilió y ambos habían entraron con el a la vida religiosa como buenos amigos. 

          Al llegar a la casa de la rica señora, Juan exclamó: "Oh, estas comodidades son demasiado lujo para mí que soy tan miserable pecador". Allí trataron de curarlo de su dolorosa enfermedad, pero era tarde.

          El 8 de Marzo de 1550, sintiendo que le llegaba la muerte, se arrodilló en el suelo y exclamó: "Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo", y quedó muerto, así de rodillas. Había trabajado incansablemente durante diez años dirigiendo su hospital de pobres, con tantos problemas económicos que a veces ni se atrevía a salir a la calle a causa de las muchísimas deudas que tenía; y con tanta humildad, que siendo el más grande santo de la ciudad se creía el más indigno pecador. El que había sido apedreado como loco, fue acompañado al cementerio por el Obispo, las Autoridades y todo el pueblo, como un Santo.

   

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